COMO ya he comentado en anteriores ocasiones, examinar los contenedores de basura una vez transcurrida la festividad de los Reyes Magos puede casi entenderse como un experimento sociológico, económico, antropológico e incluso filosófico. Podemos conocer, de primera mano, ante nuestros ojos, las tendencias estilísticas, las nuevas aficiones o las aficiones que siempre permanecen, las modas, los efectos de la publicidad, la capacidad económica del vecindario, el espacio de las casas que ocupan los regalados y hasta sus preferencias futbolísticas. Los embalajes vacíos de nuestros regalos de Reyes Magos junto a nuestras casas, en los contenedores, son el escaparate de nuestras familias, las radiografías de nuestras más secretas interioridades, una expresión gráfica de nuestros gustos y aficiones; escribo esto y me siento desnudo ante los peatones -ya estoy dándole vueltas a una estrategia para camuflar los envoltorios de mis regalos, si es que alguno llega-. Durante años fueron las enormes y llamativas cajas de los Tente, de los Lego, de Magia Borrás y derivados, hasta la expansiva llegada de las videoconsolas, que, como champiñones en un sombrío sótano, han crecido y multiplicado sus prestaciones y definiciones, posibilitando un mayor protagonismo, cada vez más, del que agarra el vibrante mando a distancia. En los regalos relacionados con las nuevas tecnologías se esconden grandes paradojas que no termino de comprender, y que en muchas ocasiones nos muestran un panorama solitario y desangelado, ermitaño incluso, producto de una cautividad autoimpuesta que se goza y que se disfruta.
Arrasa en ventas un videojuego que, según cuentan, es un entrenador -personal- de nuestra inteligencia y memoria, a través de pequeños ejercicios que comienzan siendo muy fáciles y que se van complicando según tus aciertos. Una vocecilla, al final de las pruebas, te indica el resultado del examen -sin posibilidad de revisión-. Es una ironía extraña -o ironía de última generación- que entreguemos nuestra memoria a la agenda del móvil o a las entrañas de un disco duro y nuestra inteligencia al teclado de una calculadora y, por otro lado, nos empeñemos en recuperar aquello que hemos entregado voluntariamente, bien por comodidad, bien por rapidez o bien por incapacidad. Ironía que puede llegar a ser mayúscula, macabra también sería un buen adjetivo en este caso, en esos juegos que nos ofrecen conocer el mundo, vivir las aventuras más apasionantes, suplantar a nuestros héroes favoritos, sin salir de nuestra casa. Con el mando a distancia, tumbado tranquilamente en el sofá, puedes pasear por Nueva York, adentrarte en la jungla más misteriosa, combatir a los enemigos que nos llegan del espacio y hasta enfrentarte a Rafa Nadal, ganándole en la final de Roland Garros si reduces sus habilidades. O sea, relaciónate contigo mismo, o con tu compañero de juego, como mucho, y no te preocupes por las suelas de tus zapatos, que permanecerán intactas, y ni una gota de lluvia caerá sobre tu cuerpo.
Aparte de todos estos componentes sociológicos, culturales e irónicos, los regalos cobijan bajo su envoltorio de papel otras sensaciones que son más difíciles de explicar, ya que se abrazan a las emociones. Hay regalos que nos sorprenden, otros que nos entusiasman, pero también los hay facilones, cursis y hasta fastidiosos. Yo soy muy puñetero, lo reconozco, y algún regalo ha logrado el efecto contrario, me he quedado con las ganas de preguntar, con mal tono: ¿y esto por qué me lo regalas? Porque hay regalos muy simples, pero también los hay muy difíciles, según el grado de relación existente entre el obsequiado y el que regala. No empleamos el mismo tiempo, o no deberíamos, en buscar ese regalo ideal para nuestra pareja que el de un cliente que apenas conocemos, aunque siempre pretendamos la satisfacción de ambos. Tecnológicos o tradicionales, superfluos o útiles, es tiempo de regalos, y nos lanzamos a encontrarlos como exploradores en una selva extraña, para desgracia de nuestra cuenta corriente.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios