La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Preguntas

LA tan cacareada sociedad de la información tiene estos efectos: nos aporta una cantidad ingente de información -perdón por la repetición-, que a su vez nos reporta cantidades ingentes -más repeticiones, lo lamento de veras- de dudas, de lagunas, de confusión. Basta leer El Día cualquier día para que decenas de preguntas se amontonen en mi interior: ¿Quién puede estar en contra de los avances médicos/genéticos y cuestionar que un niño puede salvar la vida de su hermano? ¿Por qué maltratan a Rajoy sus propios compañeros de partido? ¿Qué puede pasar por la cabeza de un hombre que decide matar a su compañera? ¿Quién juzga a los jueces, cómo puede ser tan pírrica la sanción al juez Tirado? ¿Por qué tenemos que salvar a los bancos de su gran tragedia tras años de beneficios suculentos que no han compartido con nadie y de sueldos escandalosos para sus altos ejecutivos? ¿Cómo puede vender tantos libros Paulo Coelho? ¿Por qué dice Javi Moreno que se retira del fútbol si ya se había retirado hace muchos años? ¿Por qué el agua se ha convertido en un instrumento de confrontación entre las comunidades vecinas? ¿Por qué se cuestiona la calidad de Bunbury, uno de nuestros mejores creadores, por tomar prestados unos versos? ¿Por qué nuestro Córdoba no le hace un gol ni al Arco Iris? ¿Por qué celebramos San Rafael y nos olvidamos de los verdaderos patrones de la ciudad? ¿Veremos alguna vez, de verdad, no en una maqueta o en tres dimensiones, el Palacio del Sur? ¿Cómo han terminado las vigas de la Mezquita en una subasta de una célebre galería londinense? ¿Por qué un tanto por ciento muy elevado de nuestros hijos se llaman Lucía o Alejandro, moda, plaga? ¿Por qué la selección inglesa no quiere jugar en el Santiago Bernabéu? ¿Cómo pueden los Coen o Allen filmar/firmar películas tan malas? ¿Qué le empuja a alguien a pasar toda la noche delante de una tienda para comprar un nuevo modelo de teléfono móvil? ¿Por qué no se encuentra Iniesta, a pesar de jugar en el equipo de la Ciudad Condal, entre los treinta mejores jugadores del mundo? ¿La gallina o el huevo, qué fue primero? ¿Por qué han durado tan poco los vuelos desde Córdoba, quién es el verdadero responsable? ¿Por qué sigue habiendo accidentes laborales? ¿Por qué el precio del aceite de girasol se dispara en destino y no en origen? ¿Por qué los soldados camboyanos y tailandeses combaten en la frontera? ¿Se incluirá miembra en el diccionario? ¿Por qué la ONCE está ubicado en un edifico llamado Vista Alegre y el cementerio se llama de la Salud? ¿Tiene Esperanza Aguirre más vidas que un gato? ¿Por qué cada año la gripe nos vuelve a sorprender?

Y bien podría formular mil y una preguntas más, que la información de El Día -de cualquier día- me seguiría ofreciendo más dudas y preguntas que instalar en mi interior. Si yo tuviera la respuesta de tan sólo la mitad de las preguntas anteriores me podría dar por satisfecho y tendría la obligación moral -o ética, o como se quiera decir- de ponerlas al servicio del bien común de la sociedad. No podría hacer un uso particular y onanista de tan amplia y copiosa sabiduría. Cada mañana, nada más despertar, debería proclamarle al mundo una nueva respuesta, tendría que hacer valer mi voz entre la sordera de la confusión, ser la luz guiadora en mitad de la oscuridad. Si alguien contara con la capacidad de responder a todas esas preguntas debería convertirse en el gran referente, en un líder al que seguir a pies juntillas, sin dudarlo un momento.

Hay quien mantiene que puede responder a todas estas y a otras miles de preguntas sin necesidad de esforzarse en demasía; propietario de una luz divina, o de una bola de cristal que lo ve todo, es capaz de anticiparse en el tiempo y responder como si tal cosa, y su voz se esfuerza en decirnos, es la voz verdadera. Los escuchamos mientras nos afeitamos, tras el almuerzo, los leemos en los periódicos, en una página de Internet, y durante unos minutos, o puede que durante años, esas respuestas las asimilamos como verdaderas, las acogemos en nuestro interior como la mayor certeza. Los agoreros, visionarios, sabios y demás especies se multiplican en los últimos tiempos. Cada día cuenta con su nuevo vaticinio, con más preguntas respondidas -aunque ninguno fuera capaz de vaticinar el presente actual-. Le dedicamos tanto tiempo a saber qué pasará, que en multitud de ocasiones nos olvidamos del qué está pasando, que es donde nace lo que habrá de venir. Esta obsesión por el futuro no imposibilita a la hora de disfrutar el hoy. Y hoy, ahora, este momento, es el momento, es nuestra historia, es el trozo de tiempo que nos ha correspondido en suerte. Mañana, será otro día, otra historia.

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