Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Postespaña

Si de algo ha servido la crisis catalana ha sido para poner de una vez el punto final a la postmodernidad en España

Si de algo ha servido la crisis catalana ha sido para poner el punto final de una vez a la postmodernidad en España: la mayor parte de los territorios occidentales ya habían pagado su peaje, pero entre los Pirineos y Portugal aún había que sufrir un poco más para parir el siglo XXI, sin epidural que valga. La postmodernidad nació en el siglo XX como reacción contraria a la seguridad prometida por las grandes instituciones políticas, económicas, sociales y culturales después de que, sobre todo a partir de las crisis derivadas de la Segunda Guerra Mundial, quedase demostrada la ineficacia de las mismas instancias a la hora de cumplir sus promesas. Derribados los sagrados tótems paradigmáticos, algunos milenarios, no quedó en pie verdad alguna a la que aferrarse por adelantado: para ser considerada como tal, toda presunta verdad debía quedar demostrada, de ahí que la desconfianza de la postmodernidad coincidiera con un sonoro esplendor del periodismo y las ciencias sociales. Con el tiempo, sin embargo, las entidades responsables de la demostración vivieron su particular proceso de institucionalización con el consecuente mosqueo de quienes veían en ellas nuevos instrumentos del poder político, hasta el hallazgo reciente y definitivo de la postverdad: la mentira que simplemente ignora lo demostrado.

Y así hemos tenido un independentismo sustentado no sólo en lecturas parciales de la verdad, sino directamente en las mentiras, especialmente a la hora de definir a España como Estado opresor. No sólo eso: desde la misma España, la izquierda representada en Podemos ha alentado un proceso destinado a privar de sus derechos a la mitad de la población catalana con más mentiras sobre la calidad democrática del país. No importó que los líderes nacionalistas mintieran a sabiendas cuando afirmaron que la UE aceptaría sin más una Cataluña independiente y cuando prometieron que ni una sola empresa abandonaría el país. La frustración generada por estas mentiras ha procurado su rédito político, pero, más allá de eso, lo que tenemos es una movilización sostenida por miles a quienes les dan igual la verdad y la mentira, dispuestos a creer la versión urdida en las redes sociales en lugar de la evidencia. Lo que sigue a la postmodernidad, ahora también en España, es la prevalencia del relato particular, mítico, interesado y dirigido a reforzar la cohesión de la tribu por encima de lo universalmente demostrado. Exacto: la Alta Edad Media.

Y España ya es una Postespaña en la que la mentira asalta los cielos en nombre de la democracia. La utopía es nuestra. Aleluya.

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