singladuras

Alfredo Asensi

Poeta de la noche

EN noches fuera de norma, en días oclusivos, en momentos vidriosos, cuando un escozor nos anega entre los distritos de la incerteza y los latifundios de la indecisión, en esas esferas inaplacables del existir en que sólo salimos de la sospecha para caer en la contradicción, entre una guerra y otra la poesía de Caballero Bonald emerge como consuelo posible para extraviados, aventura del lenguaje en una cota máxima de libertad y exigencia, vehiculador de pensamientos incómodos, asociaciones complejas, bullentes vivencias de quien aprendió hace mucho que la noche no tiene paredes y encontró en la palabra un instrumento no siempre precario para sondear los enigmas de la realidad. La de Caballero es una escritura radical, por coherente, por penetrante, por luminosa. Estuvo en el último Cosmopoética presentado Entreguerras, feliz entre poetas jóvenes, y un foco disparaba sobre su cara una luz enaltecedora pero ciertamente agresiva.

-Esta lusss…

Habló frondosamente de un libro mayúsculo, dialogó con sus predilectos Javier Vela y José Luis Rey, respondió preguntas, leyó una amplia selección de textos y ese sobrecogedor fragmento final en el que se pregunta si eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida, a la luz se unió una mosca para desestabilizar la felicidad de la velada, y el poeta la apartaba con su mano dura y pequeña mientras su voz llenaba la sala con una providencia oracular, el poeta anciano en sus versículos como en una aleación de música y escultura, las estrofas fluviales aclimatando un espacio para una alianza arrebatada entre la memoria y la ficción, lo reflexivo y lo testimonial, una poesía íntima y compartida y Caballero acabó resumiendo y su voz en el silencio transmitía misterio y verdad, melancolía y escepticismo, la mosca hasta el final y la luz como un sable.

-Paressse un interrogatorio...

Y en la cena se comió su salmorejo mientras hablaba de Ángel González y de las noches de un Madrid que ya no existe. Caballero es de la estirpe de los escritores totales y ha buscado en la poesía la asociación perfecta de música y matemáticas al servicio de un proyecto intelectual. Es también, le gusta decir, del linaje de los desobedientes, desacreditador de héroes, enemigo de los siempre invictos. Contó aventuras nocturnales con su verbo ancho y preciso y citaba a sus compañeros del 50 y las anécdotas iban fluyendo y José Luis Rey le preguntaba por Blas de Otero.

No cedió a las propuestas de los incorregibles poetas jóvenes y se fue al hotel. Dejó un poso de cordialidad y sabiduría en una noche cordobesa de septiembre. Dejó el eco de una obra que resume polifónicamente una vida, el vigor de una voz que ha dicho lo que quería, los persuasivos laberintos de una biografía derramada en el pavimento sonoro de una poesía sin igual, dejó las ganas de volver a leerlo, siempre en esas noches que nos prometen un desafío, en esos días en que aceptamos que vivir es acumular derrotas, en esos momentos en que la vida nos parece un juego macabro y sin embargo hermoso.

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