Plan Moncloa

Nos equivocaríamos sin pensamos que la solución al independentismo está cerca

La semana pasada el Gobierno ejecutó una maniobra extremadamente arriesgada al interponer un recurso ante el Tribunal Constitucional incierto y en contra del criterio del Consejo de Estado. Asumió Rajoy un doble riesgo: la posibilidad de que el recurso hubiese sido inadmitido, en primer lugar, o que aún siendo admitido se hubiese producido la escenificación de la división entre los magistrados del hasta ahora modélico y ejemplar Tribunal Constitucional, con la consiguiente imagen de fractura y de politización. El envite era fuerte y pese a los riesgos y a las dudas de muchos, el recurso se interpuso: el efecto fue inmediato, a través eso sí de una fina filigrana jurídica del TC que se estudiará en los manuales de Derecho Político durante muchos años, impidiendo una investidura trampa del fugado en Bruselas.

Es evidente que el Gobierno obtuvo un triunfo extraordinario al conseguir desactivar esa investidura, desmontar las dudas sobre lo conveniente de su estrategia y evidenciar los miedos y la división en el frente golpista, en el que se multiplican los que en público dicen una cosa y en privado reconocen la inviabilidad y el fracaso del prusés. No hay duda de que hay fractura y de que estaremos entretenidos asistiendo a las puñaladas entre ellos, mientras deciden si sacrifican definitivamente a Puigdemont, si buscan a un candidato sin horizonte penal o si se lían la manta a la cabeza y provocan la celebración de unas nuevas elecciones.

Así las cosas, podríamos pensar que la solución está cercana y el triunfo próximo. Creo que nos equivocaríamos. El independentismo, aún peleado, dividido, roto y desorientado, recompondrá formalmente su unidad y buscará lo que no puede perder si pretende conservar, una vez perdida la de los votos ciudadanos, parte de su hegemonía social, basada en una injusta ley electoral: el presupuesto y el pago de las nóminas, la administración paralela clientelar y, por supuesto, el control absoluto de la escuela catalana, en muchas ocasiones adoctrinadora en la exclusión y el odio, y de ese vertedero informativo llamado TV3. Sólo así garantizará ese increíble y sorprendente apoyo de dos millones de catalanes.

Conseguir evitar la investidura de un lunático como Puigdemont es un éxito y así hay que celebrarlo, pero la victoria, que no es otra que la garantía de una convivencia en paz con respeto a la Constitución y las leyes, está aún muy lejos y el independentismo procurará frustrarla: frente a ello, el 155 creo que se ha demostrado una medicina sumamente eficaz a la que no hay que renunciar.

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