¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Pla y sus cosas

En sus notas, Pla hace continuos melindres ante una Península exótica y salvaje, demasiado morena y oriental

La editorial Destino, quizás con excesivo optimismo, la ha calificado como "un acontecimiento literario". Nos referimos a la última obra de Josep Pla, Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas, un ejercicio de arqueología de cajón en el que se rescatan textos breves y variopintos que el autor catalán, por distintos motivos -que van desde la censura al pudor- no dio en su momento a la imprenta. Su lectura, lo diremos ya, nos ha resultado entre picante y decepcionante, como una pipa de kifi.

Es cierto que en el libro encontramos no pocos flecos del Pla más fino e irónico, con toda su retranca entre cosmopolita y aldeana, pero también que en estas notas abundan las boberías y las ocurrencias. En este sentido Pla, a veces, recuerda a Borges. Es decir, entre auténticos diamantes de sabiduría desliza algunas cagarrutas que nos dejan cariacontecidos. Por ejemplo, es curioso cómo ambos comparten el mismo desdén por Lorca, al que Borges tachó en su día de "andaluz profesional" y con el que Pla se despacha a gusto en estas notas dispersas, criticando su "labia charnega" y su "intrascendencia". Son opiniones entre malévolas y tontunas, más propias de empollones epatantes que de escritores definitivos, como sin duda lo son el bonaerense y el ampurdanés.

Casi frustrante fue también la búsqueda en este libro de claves con las que interpretar el nuevo acto del viejo drama catalán. Pese a no ser Pla un escritor predilecto para los independentistas -fue agente secreto del bando nacional y, en general, está dentro del catalanismo no secesionista- sus opiniones caricaturescas sobre Madrid y Castilla no difieren mucho de las que puedan tener el diputado Rufián o cualquier pasionaria indepe. La capital de España aparece como una triste ciudad de generales, obispos y latifundistas andaluces, un lugar a donde ni siquiera llega esa cumbre civilizatoria e higiénica que es el bidé. Castilla, por su parte, es esa geografía oscura e indefinida donde todo fraile y fanatismo encuentra su asiento y en la que sus habitantes apenas pueden esconder sus ramalazos morunos. En sus notas, Pla hace continuos melindres ante una Península exótica y salvaje, demasiado morena y oriental -como Lorca- que no comprende el particularismo europeísta de los catalanes. No en vano, como el propio Pla dice en un arranque de autocrítica que le honra: "El catalán es un pueblo llorica, nunca está contento". Y así seguimos, maestro.

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