ES difícil, lo sé, pero párense a pensar un segundo. ¿A que hubieran firmado la situación en la que se encuentra el Córdoba en estos instantes hace apenas un mes? Quedan dos partidos para el final y siguen dependiendo de sí mismos. No podría ser mejor. Es más, si logran ganar el domingo tendrán media permanencia asegurada. Yo fui uno de tantos, probablemente como usted mismo, que acabó de pasar su resaca ferial con una mueca de descontento. Uno de los que el sábado noche, entre vapores festivos, no dejaba de calcular mentalmente las cábalas de la permanencia (y de maldecir el domingo siguiente el mal tino del Eibar y del Poli Ejido). Uno de los que, cabreado y obcecado, no podía encontrar motivos para el optimismo ante las desafortunadas circunstancias. Pero tengan perspectiva. Lo que ha conseguido el Córdoba en el último mes es algo increíble. Ha logrado ganar a dos rivales de su misma pelea. Ha salvado dos bolas de partido y ahora sirve para ganar el set. Ha hecho que la desolación se torne esperanza. Y eso es lo que, precisamente, estará en juego el próximo domingo. En un momento tan emotivo y emocional (que no es exactamente lo mismo) como este final de temporada, el choque de El Arcángel se perfila como una lucha que resume toda una temporada. Una batalla por la autodeterminación. Por mirar el futuro a corto plazo esbozando una sonrisa. Es, en definitiva, el encuentro en el que confluye toda una perspectiva. La que ha ido forjando el Córdoba, con sus altibajos, esta temporada. Todas las vidas son ríos que van al mar, que es el morir, decía el poeta. Pero, en Segunda, también existen los afluentes.