Pastillas contra el pesimismo

Casi da miedo acercarse al precipicio de la opinión, no vaya a ser que le acusen a uno de rojo, y no digamos de facha

En cualquier ciudad media de Europa, haya o no sufrido la embestida ciega del terrorismo, andan sus rectores sembrando sus calles de macetones a modo de barrera de protección contra la barbarie; o más bien contra esa incómoda sensación de vulnerabilidad que nos viene persiguiendo últimamente, a nosotros, los prósperos europeos que tan tranquilos vivíamos en nuestro primer mundo desarrollado ajenos a tantas situaciones de atraso y desesperanza que siempre afectaban a otros.

Cada día, los telediarios abren con noticias que presagian lo peor, con dictadorzuelos regordetes que creíamos de otro tiempo ensayando con bombas de hidrógeno capaces de provocar una destrucción mayor que la de Hiroshima ante la mirada estupefacta de una clase política cada vez más burocratizada, tentando las ínfulas megalómanas de un tipo como Trump, tensando las siempre complicadas relaciones con la Rusia de Putin y la todopoderosa China, en ese tablero de ajedrez endiablado en que está convertido el orden mundial.

En la sociedad en general, las cosas no están mucho mejor. Si uno se da una vuelta por internet, y se adentra en ese inmenso y peligroso mar que son las redes sociales, puede comprobar en poco tiempo el nivel de miseria moral del personal, donde la radicalidad y el insulto son moneda común, la simpleza de los argumentos norma de la casa, atrincherados tras el anonimato para darle fuerte y flojo al que no piensa de la misma forma. Casi da miedo acercarse al precipicio de la opinión, no vaya a ser que le acusen a uno de rojo, y no digamos de facha… El odio al otro en su máxima expresión.

En una reciente y lúcida entrevista, dice el escritor Javier Marías que el mundo hoy es menos inteligente. Y desgraciadamente creo que lleva mucha razón. Ya no se necesita un texto para denunciar cualquier cosa, se escupe un tuit en un segundo y listo; pocos se interesan por contrastar la realidad que rodea a cualquier chisme por muy falso que parezca, al contrario, se reproduce al instante en el chat y que siga corriendo la bola; poquísima gente joven comprará el periódico que usted está leyendo, satisfechos con la información parcial y fragmentada que adquieren gratuitamente en la red. Eso sí, todo ello en un mundo digital y globalizado, como nunca lo habíamos conocido. Para salir corriendo a la farmacia en busca de pastillas contra el pesimismo… o contra la depresión.

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