Un amigo me comenta que Ciudadanos, la marca en auge en todas las encuestas, no es un partido sino una buena plataforma electoral. Está bien visto. Con el mismo prisma se podría analizar al resto de competidores. Por ejemplo al nuevo PSOE, hecho a medida de un líder débil como Pedro Sánchez, que ayer consumó su golpe de mano en la organización. Dice el interesado que su partido es mucho más democrático, porque con el nuevo reglamento interno el aparato manda menos y más los militantes, que son la vanguardia de la sociedad. Es su relato político sentimental para lo que Fernando Vallespín llama sopa de historias.

En la práctica es un blindaje. A partir de ahora el comité federal no podrá destituir al secretario general, sino la militancia, también soberana en cuestión de pactos de Gobierno o investiduras. Siguiendo el esquema de C's, desde ayer el PSOE es menos partido, pero su plataforma electoral no despega en el aprecio de los ciudadanos. Pedro ha encogido al aparato; los malos que lo destituyeron un 1 de octubre, en 2016. (Curioso el 1-O, una fecha que se cruza en la historia: proclamación de Franco como jefe del Estado en Burgos, defenestración de Sánchez en Ferraz, insurrección soberanista en Cataluña…).

La banalización de los aparatos es peligrosa. Un partido necesita equipos de dirección honestos, solidarios, leales, preparados y eficientes. En general su fracaso está ligado al culto a la personalidad exigido por los hiperliderazgos. Nada nuevo ni exclusivo. Txiqui Benegas fue grabado por los servicios secretos refiriéndose a Felipe González como "dios". Que es como llamaban al viejo Mitterrand los socialistas franceses y también Plantu, el dibujante de Le Monde. A Aznar no había quien le tosiera en el PP. Y a los que desafiaron a Rajoy en vísperas del congreso de Valencia los partió un rayo. El PP, por cierto, es un partido muy implantado en el territorio y una plataforma electoral engrasada. Aunque se le acabó la doble financiación ilegal y su marca está tocada por la corrupción, cree que contendrá a Ciudadanos en las municipales de 2019.

Podemos es el más difícil de clasificar con este modelo. Es más plataforma electoral que partido. Es otra sopa, esta de siglas, de un sinfín de organizaciones radicales, confluencias, marcas blancas y franquicias, de compleja definición. Y su propuesta electoral tiene la rémora del líder más egocéntrico de la democracia española y el de mayor grado de rechazo.

A la celebración del nuevo bautismo de Pedro Sánchez han faltado los máximos dirigentes de casi medio partido, de las federaciones andaluza, valenciana, balear y asturiana. El presidente de Aragón sí estuvo en Aranjuez, pero se despidió con una advertencia al líder que se blinda contra conspiradores: la legitimación la dan los ciudadanos en las urnas. El escaso atractivo electoral demostrado hasta ahora por Sánchez es el flanco frágil de su enroque asambleario.

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