La tribuna

Carlos Suan

PSOE-PP, un doble afán

CADA tiempo tiene su prisa y cada organización política debe esforzarse en encontrar la suya. Conservadores y socialistas han celebrado recientemente sus congresos. Veamos si han sabido acertar en sus afanes.

Por lo que respecta a los conservadores, perdieron las pasadas elecciones generales, las cuales ofrecieron la particularidad de ocuparse más del pasado que del futuro. En ellas, el acontecimiento relevante no fue el económico sino el político, pero este último localizado en lo que hasta el momento ha venido ocurriendo. No conviene mitificar el pasado, aunque el mismo siempre pervive como posibilidad.

El PSOE logró imponer una imagen del PP identificada con una derecha retrógrada, sin matices, un tanto catastrofista, sobre todo en materia de distribución territorial, muy próxima a la jerarquía católica y poco comprensiva con las nuevas relaciones familiares. Pero la derrota ha reaccionado sobre el partido conservador que, si bien ha optado por mantener a Mariano Rajoy, ha impulsado un cambio en sus colaboradores, pretendiendo centrar el partido. La cuestión consiste en saber si este pretendido centramiento es real o no, porque en principio no basta con que algunos o algunas de los nuevos líderes hayan optado por un tipo de familia no tradicional o que no encarna la clásica derecha.

Aunque siempre es necesario esperar para ver, el camino hacia el centro exigiría atender a las siguientes cuestiones: en primer lugar, la posición de los nuevos conservadores respecto de la jerarquía eclesiástica, especialmente, si mantienen cierta independencia respecto de ella en materias tan delicadas como los nuevos tipos de familia, la bioética y la investigación en materia de embriones; en segundo lugar, y por lo que respecta a la economía (punto sensible con la religión como nos indica M. Gauchet), es preciso concretar si el PP estaría dispuesto a introducir reformas económicas, entre otras, en mercado laboral, libre competencia entre los diferentes agentes económicos y gasto público en materia de infraestructuras, con los problemas que conlleva la financiación de estas últimas. El tratamiento del fenómeno impositivo puede ser verdaderamente significativo. El tratamiento de la inmigración tuvo la valentía de plantearlo desde el principio, bien es verdad que con cierto radicalismo.

En cuanto al Partido Socialista, su reciente congreso ha optado por lo que podríamos llamar pomposamente una sociedad abierta, debiendo quedar muy claro que en absoluto merece nuestra crítica esa opción. El impulsar la convivencia entre diferentes, con base en una libertad positiva, tratando de alcanzar una democracia deliberante y participativa, que no sólo representativa, no merece sino nuestro aplauso. No se trata tanto de confrontarse con la jerarquía eclesiástica cómo de tener en cuenta la complejidad de la actual sociedad española, comenzando por una clase trabajadora que ha dejado de ser homogénea.

De la globalización ha sido dicho que constituye una contracción del espacio y una aceleración del tiempo. Una época así exige legislar teniendo en cuenta las varias opciones y creencias que conviven aquí y ahora, que no allí y entonces. Pero si todo lo anterior es cierto, y ni siquiera rebajable a la categoría de gesto, más cierto resulta que los socialistas han evitado el debate económico: no han ofrecido, o no les ha parecido oportuno ofrecer, un nuevo modelo económico que sustituya al anterior basado en la construcción y en el consumo privado.

Al margen de cualquier rodeo semántico, es urgente optar por un nuevo modelo basado en una política de gasto en educación y en grandes infraestructuras, que aumente nuestra oferta productiva y mitigue el creciente paro, impulsando la demanda. Va de suyo el cuidar de la sociedad dependiente. Tengamos en cuenta que la política monetaria y cambiaria no nos pertenecen.

Ambos, conservadores y socialistas, tienen necesidad de esquivar un peligro inmediato y concreto, a saber, el nacionalismo periférico, especialmente el que acusa una deriva soberanista, del cual pueden quedar rehenes. Por supuesto, ambos partidos cultivan, cada uno en su estilo, un nacionalismo español.

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