Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Oler a podrido

Arremeter ahora contra la falta de escrúpulos de ciertos medios, manual de ética en ristre, sale a devolver

El desarrollo del aberrante caso sobre Diana Quer al que hemos asistido en las últimas semanas ha desatado toda una ola de indignación respecto al tratamiento de la información vertida desde la misma desaparición de la joven. Y la indignación, como suele, acontece a raíz de la evidencia, cargada de razones: la víctima a la que hoy lloran todos fue, por obra y gracia de un periodismo hediondo e irresponsable, sospechosa de habérselo buscado, por no hablar de todas las intimidades relativas a sus padres que han salido a la luz con tal de que el gato oliera un poco más a podrido. Y aunque a algunos periodistas nos duela, precisamente el peor mal que sacude hoy al oficio es su inclinación desmedida al morbo, al escarnio y al amarillismo irredento, sostenida en una digitalización acrítica que convierte a los lectores en meros depositarios de los peores instintos, aunque, eso sí, dotados de un botón de me gusta. La carrera por ver quién se adentra más en la mierda es preocupante, pero lo es, precisamente, porque habla con claridad sobre la sociedad que consume esa información. Es decir, maldecir sin más la calidad del periodismo que se hace en España en el siglo XXI como si no tuviera nada que ver con nosotros, como si fuera un estamento aparte, es un error que contribuye más bien poco, o nada en absoluto, a cambiar las cosas.

Del periodismo se puede decir siempre como del ejemplo: empieza por uno mismo. Arremeter ahora contra la falta de escrúpulos de ciertos medios, manual de ética en ristre, sale a devolver, pero convendría recordar que las audiencias que atendieron a diario a toda la basura esparcida sobre Diana Quer se contaban por millones. Y que entonces las voces que se atrevían a decir que algunos estaban yendo demasiado lejos a la hora de ofrecer una determinada imagen de la chica quedaron apartadas al más recóndito de los desiertos. Ahora que la conexión entre los medios y sus públicos es inmediata y además fácilmente sometidas a recuento, no hay que ser un lince para comprender que el amarillismo no es una tendencia impuesta, sino ampliamente exigida al minuto. Podemos volver a lo del huevo y la gallina y preguntarnos qué fue primero, una dirección de medios de comunicación inhumana o una población consumidora sin vergüenza ajena. Pero la clave consiste en advertir que ambas orillas son la misma. Que no podemos separarlas. Y que no podemos cambiar una sin someter a examen a la otra.

A ver entonces a qué escuela mandamos a esa España abúlica que se acuesta frente al televisor o el móvil al mediodía para pedir más carnaza. Y a su periodismo de la mano.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios