NO hace falta ser politólogo para darse cuenta que nos gobiernan los grises. Quizá la metáfora cromática más descriptiva de nuestra democracia: los que hoy detentan el poder han tomado el color de quienes antes les perseguían. Por eso yo prefiero llamarla mesocracia o gobierno de las clases medias. No necesariamente mediocres, sino situadas en la mitad. Todas las estructuras de poder delegan su funcionamiento interno en quienes ocupan la franja central ideológica y de edad para anular los extremos. De esta manera amortiguan los pensamientos revolucionarios y garantizan la paz social en la organización. Así marchan las empresas y los Estados. Todos en la misma dirección. Unánimemente.

A mi me preocupa el reflejo social que está generando el exterminio visible de los márgenes. No sólo en la política o en la ideología. Me duele que estemos desterrando de la razón y de la acción a los más jóvenes y a los más viejos. A quienes más deseos tienen de cambiar y a quienes más conocen de cambios y deseos. A los más jóvenes les prohibimos beber en comunidad como si nosotros y nuestros padres y nuestros abuelos no lo hayamos hecho nunca. Claro que debemos condenar a quien vomita en la puerta de tu casa. Pero da igual la edad que tenga y donde haya tomado el alcohol. Se juzgan las consecuencias, no las causas. Y a estos efectos lo mismo da que la borrachera provenga de la barra de un bar que de las bolsas de un supermercado.

El miércoles compartí un espacio de reflexión y crítica con chicos y chicas de primero de bachillerato. Y al oirlos es fácil comprender las razones que les llevan al aburrimiento y la desconfianza. Nadie cuenta con ellos desde el respeto entre iguales. A los más jóvenes se les reprocha que no participen de un sistema que les impone las decisiones y que a la vez alimenta su pasividad. Ellos lo saben. Son adolescentes pero no imbéciles.

Lo mismo o peor ocurre con los mayores. Me pitan los oídos cuando se les crítica por no compartir los dogmas contemporáneos. Como si estuvieran equivocados por mirar el presente con los ojos de lo vivido. Conozco infinidad de casos de exclusión injusta a mayores. Rafael Campanero se había salvado hasta la fecha. Por eso me parecen sangrantes los reproches que está recibiendo ahora inmerecidamente. El presidente del Córdoba CF ha ejercido su cargo con mesura, prudencia y sentido común. A veces de forma revolucionaria como cuando transformó el orden en monotonía y el caos en excepción. Si las cosas se hacen mal, siempre salen mal; si se hacen bien, a veces salen bien. Yo creo que las cosas en el Córdoba CF se han hecho con juicio y templanza. Las mismas actitudes que han mantenido la afición durante los últimos años. Aguantando lo indecible. No las perdamos ahora. Porque sólo con juicio y templanza se comprende que la mala suerte no implica mala gestión. Porque sólo con juicio y templanza podremos sacar al Córdoba CF de esta mesocracia generalizada y endémica que la ciudad no merece.

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