Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Mediterráneo

LA meridionalidad mediterránea de la Unión Europea permite poner a prueba la deficitaria política exterior de Bruselas en su propio espacio natural, no tan sujeta a los intereses de los Estados Unidos. En el Mediterráneo están las fallas tectónicas de la geopolítica, abiertas por las sucesivas tensiones de la Historia. El sellado de las grietas en este mar central de culturas y civilizaciones tendrá un efecto poderosísimo sobre el resto del planeta. La aparición de una interlocución europea, definida en la propuesta de la Unión para el Mediterráneo, aporta más credibilidad a los procesos de paz que la diplomacia del orden impuesto, las amenazas y el maniqueísmo perverso de los buenos y malos del planeta. Una interlocución más ajustada al mapa complejo de la diversidad mundial y la soberanía de las naciones.

El presidente Zapatero cree en la necesidad de avanzar en la superación de la dialéctica de la confrontación, como deriva de un determinismo religioso y cultural que niega las raíces antropológicas comunes a las creencias y describe la Historia bajo la ley del más fuerte. Por eso, le toca a España, más que reivindicar a los franceses la paternidad de la propuesta, saltar la valla de la retórica en la dirección del Sur. España tiene los mejores argumentos en Europa para trazar líneas de puente, especialmente en el Mediterráneo occidental, porque en sus relieves culturales hay un paisaje formado por los sedimentos históricos de la diversidad y la tolerancia.

La Alianza de Civilizaciones encuentra en el Mediterráneo un campo de prueba, que no es disonante con la propuesta que relanza Francia. Su oportunidad radica en la contribución a la resolución sostenible de las tensiones mundiales, en un momento en el que el modelo de política exterior de Bush toca a su final.

Los objetivos de la Unión para el Mediterráneo se fijan en aspectos económicos y no tanto en el plano cultural y comunicativo. Éste es un problema para las naciones vecinas, como es el caso de España y Marruecos, porque la fortaleza de la proximidad está debilitada por recelos y prejuicios que alcanzan al imaginario de los pueblos.

En la intervención sobre las brechas de incomunicación, Andalucía está llamada a desplegar un gran proyecto para el diálogo ribereño, como estrategia europea complementaria. Además de poder sugerir, con el ejemplo del desarrollo económico, los caminos de la modernidad y la superación del subdesarrollo. Es necesario dotar a la propuesta de la Unión para el Mediterráneo, que habla de "construir juntos un futuro de paz, democracia, prosperidad y comprensión", de los argumentos más sólidos. Y ahí, Andalucía debe levantar pilares para los puentes más amplios con el futuro.

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