Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

El Dos de Mayo

LA España oficial (más las Españas de cada gobierno regional) no sabe cómo conmemorar el II Centenario del alzamiento del Dos de Mayo. Lo mismo ocurrió con el Descubrimiento, que ni siquiera sabían qué nombre darle al recordatorio para no disgustar a la pobre Rigoberta Menchú y al gallego-cubano Castro. (Y eso que todavía no habían aparecido los neodictadores del neopopulismo). Las pantallas de televisión se llenaron de indios con sus trajes regionales y sus lenguas arcaicas e inservibles para denostar a los españoles y reclamar unas independencias idílicas precolombinas. Hubo muchos fastos, pero como pidiendo disculpas. Ahora pasará lo mismo. España se ha afrancesado, como era inevitable, y se siente incómoda con esa guerra popular y de guerrillas, promovida, en general, por el bajo clero y el pueblo, aunque no faltaron ilustrados, para defender la tradición, el casticismo y al rey legítimo y absoluto.

Así es nuestra Historia y no vamos a cambiarla al gusto de cada cual. Napoleón se ha engrandecido con el tiempo y Fernando VII, empequeñecido. El emperador pretendió una Europa liberal y constitucional, de Derecho, unida en su cultura común grecorromana. Y cristiana, por más rifirrafes que tuviera con el Papa. El rey, y los carlistas luego, el pueblo jacarandoso y valiente, la virgen del Pilar, los curas de aldea, frailes como el beato Diego José de Cádiz, Agustina de Aragón, muchos catalanes y vascos y algunos escritores, se apuntaron sin saberlo al Romanticismo nacionalista, admirador de la Edad Media y disgregador de Europa. De aquellos visionarios, patriotas del metro cuadrado de terruño, exaltadores de las pasiones y de las emociones, vinieron los suicidas y, con el tiempo, los totalitarismos comunistas y fascistas. También dieron una literatura y un pensamiento espléndidos, pero no en España.

El Romanticismo hizo de la Guerra de la Independencia una gesta épica, heroica, digna de mausoleos, estelas marmóreas, monumentos clásicos y cantos elegiacos: "Oigo, patria, tu aflicción,/ y escucho el triste concierto/ que forman, tocando a muerto,/ la campana y el cañón". El pueblo se levantó contra un ejército extranjero bien equipado y acostumbrado a vencer, sin que en aquel momento se pudiera prever, y menos analizar, el desarrollo de la Historia de España. Las tropas francesas, civilizadoras en teoría de una España atrasada, se comportaron con una crueldad que inmortalizó Goya. El pueblo español tampoco fue piadoso. Hubo gestos de caballerosidad y nobleza en los ejércitos regulares; pero cuando "Aquel genio de ambición/ que, en su delirio profundo,/ cantando guerra hizo al mundo/ sepulcro de su nación", fue vencido, los españoles empezamos a matarnos entre nosotros. Y ya nada fue igual.

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