ALGUIEN dijo que la incultura se quita viajando. Otros dicen que lo que se quita viajando es el nacionalismo. No estoy muy seguro. Sí, es cierto que viajando se le cae a uno el pelo de la dehesa, conoce gente diversa y se roza con realidades diferentes de la propia.

Vale. Pero de ahí a asegurar que el simple hecho de viajar te cambie hasta el punto de hacerte culto y cosmopolita va un abismo. El viaje que realmente le cambia a uno es el viaje interior. Puedes ver otros países, contactar con otras culturas y hablar con otras gentes, pero sin enterarte de nada, porque careces de la voluntad de dejarte influir. De hecho, la mayoría de los turistas viajan así, sin mancharse ni aprender. Vuelven como se fueron.

Hace falta querer viajar de una posición a otra, abrir la mente y despejar las telarañas que cría la vida cotidiana para que se te cure esa forma de paletismo que es el nacionalismo o ese paletismo absoluto que es la incultura. Y no estoy seguro de que nuestros líderes políticos, que conforme toman posesión de sus cargos padecen de un ansia irrefrenable de viajar, tengan esa voluntad. Si la tienen, desde luego, debe estar muy oculta, porque no la manifiestan para nada.

Se ha hecho público que el presidente del Parlamento de Cataluña, Ernest Benach, lleva realizados sesenta viajes a 42 destinos distintos desde que ocupa el cargo. ¿Este es el presidente de un parlamento regional (nacional, dirá él) de un país mediano o el mismísimo Willy Fog que se ha propuesto dar la vuelta al mundo y dejar a Marco Polo y Magallanes en pañales? Ha ido a Canadá y Chile, Corea y Suecia, lugares donde debe ser fundamental su presencia para defender los intereses de Cataluña. También ha acudido a algunos sitios donde jugaba el Barça de sus amores, pero eso hay que comprenderlo, porque el Barça es más que un club, mucho más, una de las esencias del catalanismo, un alma proclamada a balonazos por once mercenarios millonarios de todas las partes del mundo.

Este Benach es también el prócer que se gastó doscientos mil euros de los contribuyentes para tunear su coche oficial, otro signo de poderío por cuenta ajena. Pero quien dice Benach dice otros muchos personajes del establishment que han roto en adictos al gasto suntuario, las redes clientelares (la familia que trinca unida permanece unida) y los periplos extracontinentales. No se privan de nada a pesar de la crisis. Peor aún, ni siquiera lo disimulan, para qué. Insisto: los viajes no los cambian. Vuelven exactamente como se fueron. Son los mismos cuando marchan que cuando regresan. No tienen una Ítaca en el horizonte de su utopía, porque hace tiempo que trocaron la utopía en adaptación y conformismo. Su Ítaca es su despacho, su coche tuneado, sus asesores y escoltas. Su destino final, durar en el cargo todo lo que les dejen. No hay más.

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