EN una ciudad que sobrevive a sí misma a duras penas, que se agota a sí misma, que se invade, que ya no se respeta y no se reconoce, la reedición de un libro como La Catedral de Córdoba, de Manuel Nieto Cumplido, no es sólo un acontecimiento bibliográfico, sino también el testimonio total de una redención. La memoria no sólo se concibe desde una plenitud del tiempo vivo, apenas despojado de los ojos, sino que es tiempo vivo construido, y reconstruido a veces. En Córdoba, o en lo que queda de ella, hay que reedificar ese sustrato interior y festivo de lo que fue Córdoba un día, de esa belleza estática y cambiante con un rigor final de sobriedad. Es impresionante cómo se mantiene esta ciudad, a pesar de sus gobernantes y también a pesar de ciertos arquitectos que han clavado en ella sus fauces carniceras. Esta ciudad se ha olvidado de sí misma, ha cambiado la agilidad visual de su arquitectura íntima por una sobreabundancia hormigonada, lanzada en la ciudad como mojones reventando la vista.

Tal y como están las cosas, cualquier día de éstos, o cualquier año, aparecerá un restaurador de impronta prodigiosa que se empeñará en convencernos de que la fachada de la Mezquita-Catedral hay que pintarla de verde o de morado, o quizá con cuadros blancos y rojizos, de tonos similares a los arcos y, además, nos contará que un nuevo concepto en los pigmentos relanzará la imagen de este templo, que es verdad de piedra junto al río y un Romanticismo transparente en un país que, salvo Larra y Espronceda, ha tenido muy poco Romanticismo. Y lo malo, entonces, no será que cualquier día de éstos, o cualquier año, aparezca un arquitecto iluminado por la modernidad paleta de los flipados profesionales y se cargue definitivamente la sufriente ribera, sino que siempre habrá un gobernante o gobernanta que aplaudirá esa metamorfosis de vanguardia.

Afortunadamente, la Catedral de Córdoba, de Manuel Nieto Cumplido, siempre estará ahí para apuntar una realidad de solidez, una identidad que nos acota, que se hace singular con existir. Este gran libro, que ha sido un superventas dentro y fuera de Córdoba, y que se ha valorado, quizá, fuera de Córdoba mucho más que dentro, a pesar de su éxito local, es todo un legado a la ciudad, una herencia que Nieto nos regala con generosidad de hombre de bien, pero también con conciencia de sí mismo, y también de su espacio natural como Canónigo archivero de la Catedral. Del mismo modo que el coro, la capilla y el crucero han sostenido el peso de los siglos y esa inclinación de la Mezquita, también ahora sentimos que este libro nos sostiene a nosotros, que puede preservar y que preserva lo mejor de nosotros.

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