Una de las banderas enarboladas por Ciudadanos como instrumento para procurar la regeneración democrática en España es la de limitar a dos los mandatos de determinados cargos públicos, entre ellos el presidente del gobierno y los alcaldes. Entre los argumentos que utilizan para defender tal propuesta están siempre los mismos: la necesidad de una periódica renovación entre las elites, el fomento de la democracia interna en los partidos y la voluntad de impedir que la perpetuación en el poder derive en corrupción. Los objetivos son loables, sin duda, pero el diagnóstico y el tratamiento no tanto.

Me parece evidente que limitar los mandatos de los alcaldes sería un disparate de primera. ¿Alguien en su sano juicio preferiría como alcalde de su ciudad a, por ejemplo, Isabel Ambrosio en lugar del Azcuna elegido por tercera vez o al Paco Vázquez de su cuarta elección? Me atrevería a decir que no. La gente quiere alcaldes cercanos, que lideren y conozcan su ciudad y que, además, sean buenos gestores. Hay hartazgo de políticos de salón. La proximidad al ciudadano es el mejor filtro para conseguir esos objetivos regeneradores, no la impostada limitación en los mandatos que, por otro lado, no existe en países de honda tradición democrática. Proponer ese tipo de medidas en la elección de alcaldes es una agresión al buen municipalismo que mayoritariamente se hace en España por políticos de todo color. Dejemos que sean los votantes los que juzguen a los políticos que más cerca tienen y no unos políticos de nueva hornada que pretenden esconder su falta de ideas.

Tema diferente es el de la limitación de mandatos del presidente del gobierno, cuya utilidad es más que discutible y con el que Ciudadanos persigue un único objetivo: expulsar a Rajoy del poder. Puedo entender la frustración de un vanidoso en decadencia como Rivera frente a la figura pujante del presidente Rajoy y tengo claro que su apoyo a la investidura no fue consecuencia de la aceptación de algunas de sus propuestas, sino de la evidencia de que una negativa le habría conducido a un descalabro electoral sin precedentes. Esa frustración y ese cálculo electoral son los que le llevan a intentar acabar con Rajoy por la puerta de atrás y con una puñalada a la Constitución. Es preciso denunciarlo: limitar mandatos presidenciales exige una reforma constitucional, no basta reformar la ley del Gobierno como pretende Rivera. Con razón los fundadores de Ciudadanos huyen despavoridos. Lo liviano del equipaje ideológico de su líder y su obsesión con Rajoy evidencian lo que se intuía: es el político más sobrevalorado de la historia española reciente.

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