Leopoldo López formó parte del bloque opositor al chavismo, al que enfrentó en 2014, aunque no era candidato a la presidencia. La noche del 13 de febrero de 2014 la oposición denunció fraude en las elecciones. Se produjeron disturbios. Murieron ciudadanos venezolanos. Maduro culpó a López. El día 18 de febrero, López se entregó a la policía del régimen y fue encarcelado. Fue condenado, en una farsa procesal, a 13 años, nueve meses y siete días de prisión. Para el régimen, López es un delincuente. Para cualquier demócrata, es un preso político.

Venezuela es formalmente una democracia, pero el chavismo la convirtió en una dictadura cruel, esperpéntica e ineficaz. El fallecido Hugo Chávez alcanzó el poder en unas elecciones, tras protagonizar antes una intentona golpista, y desde casi el principio fue modificando el sistema político venezolano hacia las posiciones que le convinieron, recubiertas de la mística revolucionaria, que denominó bolivariana, y apoyado en la bonanza económica que le proporcionaba el control del petróleo. La tupida red clientelar del régimen se fundamentó también en una aparente carrera de inversión social para proteger a las capas más desfavorecidas de un país rico en recursos pero muy mal gestionados. Chávez, el comandante, polarizó al país, fracturándolo; alimentó con dádivas interesadas, disfrazadas de justicia social, la desdicha de una mayoría empobrecida frente al resto de la sociedad, que no le apoyó, señalados por el régimen, ubicuo en los medios y en las calles, como conspiradores contrarrevolucionarios y agentes del enemigo capitalista yanqui: la retórica común de una dictadura. A su muerte, lo sustituyó Nicolás Maduro, sin su capacidad política, ni su fortaleza militar, ni su base formativa, ni siquiera su cierto decoro público y, desde entonces, la paulatina destrucción del Estado de Derecho en Venezuela alcanzó cotas histriónicas, porque además el asentamiento económico de la represión y el regalo chavista se esfumó con una pésima gestión pública de la riqueza del país, particularmente de su crudo. Es más que probable que, cuando se desintegre el esqueleto institucional del régimen, descubramos que no se perdió el rumbo económico por azar, sino que los íntegros dirigentes del chavismo sean entonces desahogados potentados que se lo llevaron así, crudo. Pero el delincuente es Leopoldo.

Una posición demócrata no admite dudas en esto. Hay que llamar a las cosas por su nombre y reclamar al régimen de Maduro la libertad inmediata del preso político Leopoldo López, elecciones democráticas inmediatas y recuperación pacífica del Estado de Derecho. Y quien no la pida, que no nos cuente milongas que pongan a la libertad morada de golpes.

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