Lección asturiana

Hace unos días Fernández hiló sin papeles un discurso en el que supo ensamblar ideas, responsabilidad y convicciones

El pasado lunes, con su habitual lucidez, resaltaba Luis Sánchez-Moliní las carencias ideológicas del Partido Socialista español. Opinión crítica que muchos compartimos y con pesar, dado que la vitalidad de esa opción política resulta, en estos momentos, indispensable. Esa ausencia de ideas sorprende tanto más cuanto que el pensamiento político español muestra desde hace años bastante creatividad y fortaleza y de ese caudal podrían alimentarse los planteamientos teóricos del Partido Socialista. Pero ese trasvase ni se realiza ni estimula a los responsables de movilizar al país con nuevas ideas. Una explicación de esta parálisis podría encontrarse en las declaraciones a un periódico español, la semana pasada, de Enzo Renzi, el recién dimitido primer ministro italiano. Dice que "antes sólo tenía tiempo para correr" y, ahora, finalmente "reflexiono, leo". Su franqueza resulta muy gráfica, sobre todo porque ayuda a comprender los parámetros por los que circula la profesión de político. Su espontánea confesión sirve para conocer cómo reparten su tiempo los políticos sometidos a la angustiosa proeza de estar en todas partes, ser vistos, alcanzar el ansiado carisma y triunfar. Sin carisma no se puede ser político y el carisma lo da la imagen; la palabra ni importa. Como mucho una ocurrencia para un titular. En el mundo de los asesores de imagen, las ideas y las reflexiones no cuentan. Lo que importa es "tener tiempo para correr" a todas partes con la frasecita adecuada.

Ése es el modelo que ha calado en el Partido Socialista desde hace ya años. Y, dada la omnipotencia de los asesores de imagen, parece inamovible, y volverá a repetirse en las primarias socialistas que se avecinan. Sin embargo, ha surgido una inesperada sorpresa que debe obligar a reflexionar a los posibles candidatos. Un señor, asturiano, Javier Fernández, al que apenas conocíamos, sin moverse de su "sitio", sin cambiar un ápice su imagen machadiana de hombre modesto y discreto, ha provocado una olvidada expectación. Con su apagada indumentaria y su aire, entre inteligente y melancólico, podría pensarse que viene de jugar una partida de mus en un casino de la Vetusta de Clarín. No se sabe si lee, o si reflexiona, pero hace unos días hiló sin papeles un discurso en el que supo ensamblar meticulosa y sabiamente ideas, responsabilidad y convicciones. Fue una lección y una esperanza. La sidra asturiana es una bebida modesta, pero estaría muy bien que se conociera más por toda España.

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