Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Kopa y Gento

El madridismo es la manera más fácil de viajar a la infancia y poner luz en la sombra de lo que falta

No. Ellos no van a condicionar la agenda de mi felicidad, no les voy a entregar en rescate mi alegría, mi memoria, aunque el precio que tenga que pagar sea demasiado caro, el de las siete vidas sesgadas el sábado en Londres por los abanderados de un enemigo invisible al que nos enfrentamos con el Informe sobre Ciegos de Sabato.

El 16 de agosto del año pasado empezó todo. El mismo día que mi hija cogió un vuelo en Madrid hasta Columbus, estado de Ohio, nos fuimos al paseo de la Castellana para ver el partido del trofeo Santiago Bernabéu que disputaban Real Madrid y Stade Reims. El saque de honor lo hicieron Raymond Kopa y Paco Gento. Kopa murió unos meses después. Mi infancia son recuerdos de Naranjos más que limoneros. La primera Copa de Europa la ganó el Madrid el año que se casaron mis padres (1956); la segunda, el año que nací yo (a la Fiorentina, 1957, esa misma semana entró Cela en la Academia); la tercera, en 1958, la última vez hasta el sábado que el Madrid ganaba Liga y Copa de Europa; la cuarta, en 1959, el año que nace mi hermano Juan, el mismo año que Eisenhower visita España, Severo Ochoa gana el Nobel de Medicina y Bahamontes el Tour de Francia. Desde entonces no ganaba el Madrid una Copa de Europa en año impar. Repitió en 1960 en Glasgow, cuando Puskas, Di Stéfano y Del Sol convirtieron el fútbol en una de las bellas artes con una soberana lección ante la Escuela de Fráncfort. Todas esas hazañas me cogieron en Galicia, en un pueblo coruñés llamado As Pontes de García Rodríguez.

El sábado vi a mis padres recién casados aquel día del Carmen del 56 camino de Santander, a su luna de miel. Intuí a las mocitas madrileñas, tan alegres y risueñas, caminando a Chamartín. Imaginé a mi madre poniendo kilos de un intruso de amor y bajando hasta La Mancha para dar a luz. El madridismo es la manera más fácil y vertiginosa de viajar a mi infancia, de convertir en luz la sombra de lo que me falta. La final del 98 que le ganó a la Juve (de Zidane) la vi en una peña bética porque si el Madrid la ganaba, el Betis jugaba en Europa. Se lo deben a Mijatovic. Trabajaba en El País y escribí la columna antes del partido. Me la jugué. Con derechos de autor del madridista Javier Marías, la terminé diciendo que sería "blanca la negra espalda del tiempo".

La duodécima fue horas antes del Domingo de Pentecostés. El Espíritu Santo le dejó una Copa a cada apóstol.

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