Una de las reformas imprescindibles que el Partido Popular siempre ha defendido es la relativa a la necesaria despolitización de la justicia. Era una de las propuestas estrella contenidas en el programa con el que Mariano Rajoy obtuvo la mayoría absoluta en 2011 y, creo, uno de los motivos por los que mucha gente les confió su voto. Por desgracia, Rajoy encomendó el ministerio de Justicia al más nefasto ministro que mi memoria alcanza a recordar, Alberto Ruiz-Gallardón, que aparte de liarse con la ley del aborto, pretender regalar los registros civiles o imponer una demencial ley de tasas, orilló el programa del partido en materia de regeneración y reforma de la justicia para alejarla lo más posible de las interferencias de los políticos y perpetuó muchos de los males engendrados durante los gobiernos socialistas. El que pasaba por ser el verso suelto del PP resultó ser un desastre como ministro y, si las prescripciones no lo impiden, muy posiblemente comprobemos que durante sus años de gobierno en la Comunidad de Madrid el respeto a la ley y al dinero público no eran tampoco la guía de su gestión.

Los lamentables episodios de corrupción que han ocupado las portadas de los periódicos esta semana demuestran que esa reforma es hoy más imprescindible que nunca. No hay duda de que la justicia actúa con mayor independencia y libertad con el PP que con el PSOE, pero eso es insuficiente. La promiscuidad con la que algunos políticos hablan de jueces y fiscales como si fuesen simples cromos que intercambiar tiene que mover a la denuncia. Es preciso abordar esa reforma que la sociedad demanda y que jueces y fiscales decentes exigen. Es insano y conduce a la perversión del sistema que las carreras judiciales dependan en buena medida de filias y fobias, de cercanías o servicios a políticos de uno y otro lado.

Es también imprescindible denunciar y repudiar a esos jueces estrella que tanto daño hacen a la credibilidad de la justicia y, en ocasiones, a personas inocentes. Unas veces uno a los de un partido, otras veces la otra a los de enfrente. Juez Velasco o jueza Alaya, como ejemplos de un sistema enfermo. Sus impúdicas exhibiciones de poder, las filtraciones interesadas a la prensa de los sumarios secretos, sus decisiones adoptadas no en los momentos procesales lógicos sino en los que interesan políticamente causan no sólo vergüenza sino honda preocupación. Una justicia politizada no es justicia, y sin justicia no hay democracia posible.

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