LA decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) de conceder los Juegos de 2008 a Pekín provocó en su momento dudas de diversa índole. Para unos, se trataba de un error que sería aprovechado por el régimen comunista para fortalecerse y ofrecer una visión edulcorada de una dura realidad. Para otros, era la oportunidad de que una potencia emergente en lo económico se abriera también en lo político y sus dirigentes tuvieran la ocasión de dar pasos efectivos hacia la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Cientos de millones de personas iban a estar muy atentas a todo lo que sucediera en la capital china y no sólo a los resultados deportivos. Cuando faltan cuatro días para el inicio de los Juegos, todo parece indicar que la decisión ha sido un error. A la brutal represión de las protestas en el Tíbet, que va a provocar la ausencia de la mayoría de los mandatarios occidentales en la ceremonia inaugural, se ha unido la descarada censura informativa a los medios nacionales e internacionales; se ha llevado a cabo una verdadera campaña de reeducación de la población sobre cómo deben responder a las preguntas de los periodistas; existen listas de cuestiones que los chinos no pueden, de ninguna manera, formular a los extranjeros; se han destruido barrios enteros y se ha trasladado a su población para levantar edificios de diseño que han costado miles de millones de euros; y con la excusa del terrorismo se han reforzado unas medidas de seguridad ya de por sí asfixiantes. A partir del día 8 miles de atletas de todo el mundo, cientos de ellos españoles, pugnarán por ser los mejores en sus respectivas modalidades y llevar a su país a lo más alto del medallero. La televisión mostrará al mundo sus hazañas y sus fracasos, sus alegrías y también sus decepciones. Pero lo que parece seguro es que los Juegos Olímpicos no habrán ayudado, tal y como prometió Jacques Rogge, presidente del COI, a mejorar la situación de los derechos humanos en China, sino que habrán contribuido a su deterioro. Todo apunta en esa dirección. Ojalá se trate de una apreciación errónea.

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