Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Jacko era el precio

EL parque de atracciones se observa desde lejos, la cámara lo enfoca en un contrapicado desde el valle que nos lo hace ver majestuoso, solitario y enorme, como una casa Usher disfrazada de cuento todavía infantil. Así es ahora el rancho Neverland, así se ha vuelto ahora el paraíso que una vez soñara Michael Jackson, ese Jacko blanco por una vocación de transparencia: así, lo enterraron sin órganos, para aligerar quizá su sustancia interior, para dejarle ser aire disfrazado de sí mismo, el fantasma que acecha en sus propias ruinas. Así, la cámara recorre los cientos de almacenes espectrales en los que se almacenan las miles de cosas que compró mientras vivió, coleccionismo quizá de antigüedades y arte, aunque más que coleccionismo transmitía un desgarro sutil de soledad, como si todos esos objetos fueran a acompañarle más allá de su tumba.

"Sé quien asesinó a mi Michael", ha dicho su hermana LaToya sólo dos días después de que el jefe de la policía de Los Ángeles admitiera que el asesinato era una de las líneas de investigación. LaToya no da nombres, pero se refiere a un grupo de personas que presuntamente le robaron dos millones de dólares en efectivo y también joyas. Mientras, le engancharon al consumo de drogas, y también le aislaron de toda su familia. Todo esto cuenta LaToya, aunque desde fuera del rancho inabarcable y patético diera casi siempre la impresión no de que un grupo de gente le hubiese aislado del mundo, sino que precisamente el mundo, comenzando por su propia familia, le había dejado solo. "Hubo una conspiración. Creo que fue todo por el dinero. Michael valía más de 1.000 millones de dólares en activos por derechos de difusión musical y alguien lo mató por eso. Valía más muerto que vivo". Valer más muerto que vivo: ése es el éxito, como ocurrió también con Elvis Presley y quizá también con Charles Foster Kane. Neverland es como Xanadu, Neverland es Xanadu, pero quizá algo más modernizado, porque al zoológico y a los cientos de almacenes atiborrados de arte empaquetado como al final de En busca del arca perdida, hay que añadir ese trenecito de vapor que recorría la copia megalómana de toda Disneylandia, el país de los niños.

Los niños son terroríficos, y cada vez que aparecen mirando fijamente al objetivo en una cinta de terror pueden dar más miedo que el propio Vincent Price en La caída de la casa Usher. Los niños son terroríficos como Jacko ha sido, también, el terror revertido hacia sí mismo, un muñeco de cera habitando su casa y los espejos cada vez que pasaba frente a uno. Claro que Jacko valía más muerto que vivo. Sucede también con mucha gente, políticos incluso. Pero es muy triste decirlo, y desde luego tristísimo que sea tu propia hermana quien lo diga.

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