Crónica personal

Pilar Cernuda

El no de Irlanda

LOS analistas se echan las manos a la cabeza por el no de Irlanda con frases cargadas de animadversión. Irlanda, la desagradecida Irlanda, que ha pasado de la cola a la cabeza, de la hambruna a la vanguardia, que cuenta con infraestructuras gracias a los fondos de la UE; Irlanda, que hace pocos años era uno de los países más pobres de Europa y hoy es ejemplo de desarrollo, ayer país de emigrantes y hoy país de acogimiento. Pero habría que preguntarse qué ocurriría en España si se celebrara hoy un referéndum sobre el Tratado de Lisboa.

Lo primero que se advierte al escuchar a los votantes irlandeses es que no han votado en contra del Tratado de Lisboa, que ni siquiera conocen porque se trata es un texto farragoso, de casi medio millar de folios, que apenas comprenden los expertos: han votado no porque no les gusta la Europa actual.

Se comprende, la UE de hoy no tiene nada que ver con la que diseñaron personajes como Schumann, Monnet o Adenauer, que iniciaron la andadura con acuerdos sobre el carbón y el acero, y trataron de completar aquel proyecto con uniones sólidas a través de legislaciones comunes. Fue un proyecto ilusionante, eficaz y que fortalecía a Europa frente a Estados Unidos y el bloque soviético. Se construyó lentamente y con rigor.

Hoy, la Europa de los Veintisiete está muy alejada de aquella idea, y el entusiasmo sólo se percibe en los altos funcionarios de Bruselas. A España le costó sangre, sudor y lágrimas ser admitida en el club, como les ocurrió a Grecia o Portugal. Antes tuvimos que cambiar leyes para que se acomodaran a la CEE y tuvimos que pasar toda clase de exámenes sobre nuestro nivel de aceptación de la democracia. Pero en los últimos años las ansias de abarcar nuevos mercados llevaron a que la ampliación se hiciera con un criterio que ha llevado al desastre.

Antes de aprobar una Constitución para todos y regular el funcionamiento de las instituciones, se abrieron las puertas a países de claro déficit democrático, niveles económicos deplorables y alto grado de corrupción y con ellos dentro se abordó entonces la aprobación de una nueva Constitución. Todo ello con personas como Santer, Prodi o Durao dirigiendo los destinos de la UE, políticos que evidentemente poco tenían que ver con presidentes de la Comisión de la talla y personalidad de Delors o Gaston Thorn, por poner dos ejemplos.

Los irlandeses, los únicos ciudadanos de la UE que podían votar en referéndum el Tratado de Lisboa, son la prueba de que la nueva UE se está construyendo sobre bases muy endebles que no auguran nada bueno. Irlanda no es antieuropea. Su no indica que la mayoría de los ciudadanos de Irlanda no están conformes con los compadreos de unos políticos europeos mediocres.

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