Inteligencia y peso

Por motivos que el lector ya imagina, no siempre es posible hallar a un hombre bajo la bóveda de su cráneo

Según un estudio de la universidad de Rotterdam, el peso del cerebro determina la inteligencia humana, lo cual es una buena noticia para las cabezas "prominentes", pero un mal indicio para las mujeres. ¿Por qué? Porque los sabios holandeses han descubierto que los hombres tienen el cerebro más pesado (sobre un tres por ciento, como Convergència), y en consecuencia, los hombres somos los más listos de la tribu, con mejor visión espacial y una más alta capacidad de cálculo. Este estudio, sin embargo, viene a contradecir unas pruebas anteriores de la universidad de Madrid, donde tal diferencia (la diferencia entre hombres y mujeres) se mostró irrelevante.

Supongamos, sin embargo, que fuese así. Supongamos que hombres y mujeres parten de posiciones biológicas desiguales, y que el peso de nuestros cerebros es determinante. De acuerdo. Pero, ¿cuánto de determinante? ¿Es más listo don Oriol Junqueras, propietario de una formidable masa encefálica, que doña Soraya Sáenz de Santamaría, cuya cabeza es, sin duda, más proporcionada y recoleta? Uno tiende a pensar que no. Y ello por lo mismo que decía Ortega y Gasset, otro encéfalo prominente de las Españas. Afirmaba Ortega que la inteligencia es un "don inmerecido", porque unos nacen con un cerebro brillante y puntiagudo (como el propio Ortega), mientras que otros debemos conformarnos con una intelección más bien pálida y discreta. Ortega añadía, no obstante, un requisito cuya importancia no parecen sopesar los científicos de Rotterdam. A continuación, Ortega matizaba que había que dedicar toda una vida a merecer ese don, arbitrariamente otorgado. Es decir, que la inteligencia es para quien la trabaja, y no sólo para los cabezudos a nativitate.

Por qué, entonces, los autores del estudio no incluyen a personas mayores de cuarenta años en sus baremos y escalímetros. Es muy probable que lo mejor de Ortega, y de Flaubert, y de Velázquez, y de Cervantes, y de Goethe, fuera fruto de la madurez, y no hijo de la juventud intempestiva. Es muy probable, por otra parte, que la pintura de Artemisa Gentileschi, o la escritura de Teresa de Ávila, no desmerezca, en absoluto, de la de ninguno de sus contemporáneos. Es fácil deducir de todo esto que la singularidad de un hombre nunca puede ceñirse a lo biológico, como propone el nacionalismo. Y tampoco cabe calcular la inteligencia de una mujer por el tamaño de su pamela. Por motivos que el lector ya imagina, no siempre es posible hallar a un hombre bajo la bóveda de su cráneo.

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