Vista aérea

Alejandro Ibañez Castro

Instrumentum Diaboli

YA estamos en plena campaña de copa navideña que, con crisis o sin ella, pagando nosotros o el padre de la chiquilla, nos plantea el eterno dilema: llevarnos a la boca directamente con las manos el canapé imposible o no. Aunque parezca una solemne majadería todavía observamos las dudas entre la gente, cómo nos miramos unos a otros y, como casi siempre, hasta que no llega el plato de morcilla frita y se dan cuenta de que todos los tenedores están ya más que chupados, se resignan a tomar la rodajita con las manos y chuparse los dedos. Entonces comienza el verdadero placer, después ya vendrá la consabida exaltación de la amistad.

Y es que comer con las manos parece mucho más natural que pelar una gamba con cuchillo y tenedor. Hasta el descubrimiento del fuego, parece que hace unos 790.000 años, en el valle del Jordán, el homínido, imitando a los animales, había estado condenado a vagar por el mundo como aquellos, pero con la diferencia de que aunque encontrara muchos alimentos que pudiera coger la mayor parte ni los podría masticar y, por tanto ingerir y digerir. De hecho, este estómago bípedo, aunque cazó alguna que otra pieza, sobrevivió durante milenios gracias a las plantas, frutos secos, fruta y carroña. Tal vez una noche más cercana en el tiempo, por azar o raciocinio, el hombre descubre, tras recuperar un trozo de carne que se le cayó de las manos sobre la hoguera, que aquello estaba más que rico. Casi había inventado la cocina

Comer con las manos es un hecho cultural que nos lleva a esas noches prehistóricas en las que el hombre acampaba, encendía una hoguera para defenderse de los animales, para cocinar y para hablar. Probablemente, ante el fuego también surgió la palabra, seguramente para comentar algo sobre la comida. De la cocina prehistórica sin recetas pasamos a la época romana en la que ya se tiene constancia documental de que lo correcto era comer con los dedos, lo que llevó a la costumbre de hacer numerosas abluciones, antes, durante y después de cada servicio. Había esclavos que a la llamada del invitado vertían agua perfumada sobre sus manos y las secaban con una toalla. Y se puede seguir con la cultura musulmana porque nadie sabe donde Alá pone lo mejor o lo más beneficioso de la comida, en el primer bocado o en el jugo que impregna los dedos y, antes de lavarse las manos, se chupan los tres dedos -pulgar, índice y corazón- que han utilizado para comer.

La verdad es que hasta ahora la comida se había presentado ya troceada, como en la copa navideña del principio, sin necesidad de ningún artilugio para comer. El tenedor aparece en 1077, llegó a Europa procedente de Constantinopla de la mano de Teodora, hija del emperador de Bizancio que lo llevó a Venecia al contraer matrimonio con Doménico Selvo. No obstante, Teodora fue tachada por sus contemporáneos, por ésta y otras refinadas maneras orientales, como escandalosa y reprobable y hasta San Pedro Damián se vio obligado a amonestarla desde el púlpito por estas extravagancias, llegando a denominar el tenedor como instrumentum diaboli. Pero sus comienzos no fueron fáciles, sufrió un rechazo generalizado por diversos tipos de razones, aunque parece que la principal fue por la falta de pericia de quienes lo utilizaban. Las habilidades mostradas con el tenedor por muchas personas no eran dignas de elogio y había quien se pinchaba la lengua, las encías, los labios... Este endemoniado artefacto reaparece de nuevo muchos años después, en Francia, allá por el siglo XVI, gracias a Catalina de Médicis que lo introdujo en la corte francesa al casarse con Enrique II. Como curiosidad cabe añadir que, además de usar el tenedor para comer, Catalina lo usaba para rascarse la espalda. De nuevo, la fama de cursi que tenía este utensilio le hizo quedar en un segundo plano frente al comer con las manos hasta al siglo XVIII. Igualmente ocurre en las mesas españolas y ya lo encontramos en 1624 en la de Felipe V aunque, como signo de buena educación, se sigue comiendo con tres dedos -pulgar, índice y corazón-, como en la época hispano-musulmana. El tenedor no empezará a generalizarse hasta la época de los Austrias.

Vista su evolución, si queremos disfrutar de una comida, no debemos tener duda alguna en llevarnos los ricos bocados a la boca con los dedos. La prueba está en que esta vieja satisfacción, a la que no de debería renunciar por nada, es lo primero que los médicos dietistas nos quitan. Un placer que me sugirió mi amigo Domingo Suárez.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios