La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Inocentadas

HOY leeremos en algún periódico que Zidane regresa a los campos de fútbol, que ha fichado por nuestro Córdoba para lo que resta de temporada, o tal vez sea Messi el que ha llegado a algún acuerdo con el Real Madrid para el próximo año o Fernando Torres que retorna al Atlético de sus amores o que Ronaldo, recuperado de sus "lesiones", ficha por el Numancia. También es posible que leamos el anuncio del embarazo de Penélope Cruz y Javier Bardem, o el romance de José María Aznar con la que fue su musa, Norma Duval, que se ha cansado ya de José Frade. O puede que alguien vaticine que la crisis se va a acabar el 2 de abril a las cuatro menos cinco de la tarde, o que los bancos y constructoras, a partir de ahora, en agradecimiento a la solidaridad demostrada, van a repartir sus futuros beneficios entre todos los ciudadanos. Tal vez a alguien se le ocurra adelantar que el Gobierno le encarga a Leonardo Dantés y Tony Genil que escriban el nuevo himno español o que Manuel Fraga se da de baja en el Partido Popular para liderar la nueva Izquierda -nunca- Unida. Sigamos, que pueden ser muchas, muy variadas, vistosas y divertidas, las inocentadas que hoy nos regalen los medios de comunicación. Falete se escapa, por los pelos, de un secuestro express, Yola Berrocal representará a España en el próximo festival de Eurovisión -espero que siga siendo una broma en el futuro-, Pilar Urbano es la portada del próximo número de Interviú, la Casa Real se suscribe a El Jueves, Zapatero medita incluir a Rodríguez Ibarra en su próximo ejecutivo o Mariano Rajoy apuesta por Esperanza Aguirre como su nueva número dos.

Tampoco podemos olvidar las inocentadas que nos lleguen de amigos y familiares, que no dejan de ser las más divertidas, por otra parte. Cuando era niño, recuerdo que para el 28 de diciembre me aprovisionaba de todo tipo de artefactos y artilugios en Casa Leal, aquella pequeña tienda junto a la Corredera. Cacas de plástico que colocaba sobre los platos de mis hermanos a la hora de la comida, polvitos pica-pica que esparcía en la tienda de turno provocando el alocado estornudo de los presentes, bombitas fétidas, mis preferidas, que estallaba en los autobuses o en un ascensor, y que conseguían fabricar un ambiente de alcantarilla en menos de un segundo, o pegando cartelitos con jocosa rotulación en la espalda de los desprevenidos. Pero mis bromas favoritas eran las telefónicas, en las que yo, por otra parte, era un auténtico desastre, no podía contener la risa y no pasaba de la primera frase. Sin embargo, mi amigo Jorge era un auténtico maestro. Nos reuníamos en la primera casa sin padres que pillábamos, y rodeando a Jorge, contemplábamos deslumbrados como no variaba el gesto, y con ese vozarrón suyo encargaba tartas que habría de recibir un conocido, concertaba citas que nunca se llegarían a producir, reclamaba facturas impagadas o se inventaba premios televisivos que se celebraban con un griterío ensordecedor.

Hoy, veintiocho de diciembre, todos celebramos el Día de los Inocentes, y, en gran medida, nos referimos a esos inocentes que somos capaces de engañar, que pican en nuestras trampas, que les tomamos el pelo con suma facilidad. Esta sociedad nuestra ha generado unos códigos estéticos y éticos un tanto malvados, y la inocencia ha dejado de ser un valor en alza, algo de lo que sentirse orgulloso. A los inocentes los despreciamos por crédulos, por lelos, por simples, y nos parecen más sensatos los incrédulos, los largos, los sibilinos, los cínicos. A los que todavía cuentan con la capacidad de sorpresa, a los que se creen lo que sus amigos les dicen, a los que no tienen todas las prevenciones y sus miradas son transparentes, los catalogamos como ingenuos. Desde este punto de vista, estoy encantado de que hoy me feliciten, estoy orgulloso de picar en todas las bromas, me sigo creyendo lo que me cuentan, soy una presa fácil en este día.

Me encanta pensar que sigo siendo un inocente, que en muchos aspectos conservo la mirada cristalínea de la niñez, que cada nuevo día me puede deparar una gran y nueva sorpresa. Me encanta la inocencia como motor de la ilusión, aún es posible cambiar las cosas, somos capaces de dirigir nuestras vidas, aún queda por luchar. Y, sobre todo, me encanta esa inocencia que te dice que el nuevo año transformará en realidad todas nuestras ilusiones, que eliminará todo lo negativo que aún pulula en nuestras vidas, que es posible recorrer el camino escogiendo cada cual su propia dirección, su propia velocidad. Sí, puede felicitarme abiertamente, que no me lo tomaré a mal, todo lo contrario.

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