La vuelta olímpica

Francisco / Merino

Humildes, no tontos

VUELVE uno de las vacaciones y se encuentra, de sopetón, con un club de baloncesto que pretende -eso dicen y, por un principio de buena fe, hay que creerles- crecer para llegar a donde otros llevan ya mucho tiempo. Esta circunstancia, más allá de un estímulo, supone un escarnio para una ciudad en la que todo cuesta demasiado, en la que llevar a la práctica los proyectos resulta tan fatigoso como patinar sobre barro. Éstos no lo van a tener fácil, pero con eso ya se cuenta. Todos los que están en el ajo saben de primera mano lo que supone embarcarse en una aventura de este corte. Por eso, porque experiencia les sobra, asombra comprobar cómo se dejan llevar por la inquina y los rencores acumulados por un pasado que conviene superar pero nunca olvidar. Todos están a tiempo de reflexionar sobre la responsabilidad -que asumen por vocación y deseo propio, no por imposición de nadie- de abanderar la resurrección de un deporte con arraigo y grandes posibilidades. Decir que no hay mucho dinero disponible es una verdad como una catedral, pero no debe convertirse en la excusa oficial para justificar la mediocridad. Humildes sí, pero no tontos. Desperdiciar las energías en disputas internas es, además de una supina estupidez, una garantía de defunción próxima o, lo que es aún más horrible, una especie de muerte en vida que espantará a todos los que aún creen que es posible subirse deprisa, con cuatro euros en el bolsillo y la maleta a medio hacer, en el último tren del baloncesto.

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