Hora de España

Ni los rojos más rojos entre los leales dejaron de mostrar un profundo sentido de pertenencia

Suele atribuirse a la anomalía histórica del franquismo, que impuso una visión reductora de la idea de nación según la cual los integrantes del bando derrotado o sus ascendientes o herederos no merecían ser llamados españoles, el posterior recelo de las izquierdas hacia el nombre de la patria que los republicanos no tuvieron ningún problema en invocar, durante el tiempo que duró el régimen del 14 de abril, a lo largo de la contienda o no digamos desde el exilio. La propaganda nacional-católica los acusaba de formar parte de una supuesta anti-España que se habría propuesto destruir las presuntas esencias nacionales e insistía en su condición de extraños o extranjerizantes, de ahí que pidiera su completa aniquilación, pero ni los rojos más rojos entre los leales dejaron de mostrar un profundo sentido de pertenencia.

En los discursos políticos, en las arengas, en los poemas, en las memorias, la mención a España es omnipresente y se hace casi obsesiva tras la derrota, cuando la nostalgia se apodera de los transterrados que evocan desde la distancia el país que pudo ser. Precisamente porque los facciosos los acusaban de antiespañoles, los intelectuales republicanos buscaron apoyarse en una tradición que brindaba muchos ejemplos a los que acogerse. Fue el caso de la mítica revista Hora de España, publicada en plena Guerra Civil desde aquella Valencia, convertida en capital, adonde se habían trasladado numerosos escritores evacuados de Madrid por el Quinto Regimiento. Cervantes, Goya, Galdós, Rosalía o Larra, junto a clásicos contemporáneos como Valle, Unamuno, Lorca o Antonio Machado, que seguía entregando las claras prosas de su Juan de Mairena, fueron celebrados en unas páginas que estaban, como decía su lema, "al servicio de la causa popular", pero ejercían el compromiso desde una honda perspectiva humanista.

"Había que librar a España de la pesadilla de su pasado, del maleficio fantasma de su historia", dejó escrito María Zambrano. Basta una mínima familiaridad con el legado republicano, tan ignorado por algunos de los que exhiben la tricolor en mítines y manifestaciones, para sentir que incumbe a todos los españoles. Así se entendía en la Transición ahora cuestionada, cuando pareció que los nacionalismos periféricos desistían de su probada tendencia a la deslealtad en aras del bien común, pero a la vista está que no hay manera y la nueva izquierda amnésica, que asocia el reclamo de unidad al imaginario de la dictadura, tampoco ayuda a superar el malentendido. La tan pregonada memoria histórica exige también el rescate de las ideas.

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