Ha sido una semana políticamente relevante. Ecuador en el mandato del gobierno de la ciudad, balance, prioridades y hoja de ruta para los dos años que quedan por delante. Pedro Sánchez acaba de configurar en Madrid su equipo cerrando un proceso abierto hace meses. Suerte.

Se han celebrado 40 años del regreso del voto a nuestro país, secuestrado tras la Segunda República. La memoria colectiva se remontó a la elección de aquellas Cortes Constituyentes del actual periodo democrático. Yo tenía la edad de mi hijo y adivinaba por las caras en casa que lo que estaba pasando era bueno. Precisamente el Congreso de los Diputados ha vuelto a adquirir protagonismo por esa especie de debate del estado de la corrupción en forma de moción de censura. Se ha hablado mucho. Y eso está bien.

Muchos también han sido los análisis a lo largo de la semana. La capacidad inesperada para algunos de Irene Montero, un episodio más de supervivencia en la saga Rajoy y sus laberintos, el debut notable aunque efímero de Ábalos como portavoz socialista y ese tono que pierde a Pablo Iglesias incluso cuando trata de ser amable… Pero esta vez, en algo estoy de acuerdo con él. No me refiero a su diagnóstico del país o a sus propuestas. Estoy hablando de su censura a una actitud reincidente. La descortesía parlamentaria en España tiene nombre propio y se llama Rafael Hernando. La toxicidad hecha verbo.

Uno, que lleva décadas siguiendo debates en cámaras de diferente altura, ya sabe que por lo general no es un espectáculo para niños. El tono de la intervenciones, las interpelaciones verbales o gestuales forman parte de un juego que genera en muchos casos un clima nada edificante. En cada grupo hay quien parece encantado de asumir ese tipo de papeles. Y al igual que alguien debe mantener cierto decoro cuando habla en nombre del Gobierno, parece que alguien tiene que darle de comer a las fieras. Como en botica. Sin duda, para este cometido, quien sí está contrastado como rey del fango es Rafael Hernando. El PP cede su voz a la boca de un hooligan que parece divertirse insultando, faltando y que, recordemos, se quedó a un paso de agredir a un adversario en un pasillo del Congreso. "Se acaloró", según explicaría después. Quizá ahí esté la clave. Pudiera ser que la ola de calor explicase el machismo y esa chulería que dista mucho de estar a la altura de lo conseguido hace cuarenta años. Pero no, en invierno, Hernando, no es diferente.

También está Demetrio. ¿Tú te das cuenta de lo importante que es el Corpus?

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