Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

La era Google

HUBO un tiempo en que la gente pasaba prácticamente toda su vida sin salir de la aldea. Allí se limitaba a ser un eslabón más de una cadena de sucesos casi siempre predefinidos, con mayor o menor fortuna, pero circunscritos a un espacio geográfico, cierto, visible. Más allá estaba la aventura, los peregrinos que iban de paso, los caminantes sin fortuna, los juglares y titiriteros que amenizaban los escasos días de asueto. Ellos hablaban de otros lugares, llenaban el imaginario de la aldea de monstruos y leyendas que alimentaban la curiosidad y la ensoñación de los aldeanos.

En este último minuto de la evolución humana, nuestro horizonte se ha ido ensanchando a una velocidad de vértigo. Primero fueron los libros, luego la televisión, y ahora una estructura reticular parece vincularnos a todos, convertirnos en nudos de otros nudos, enlaces necesarios por los que la información circula. Nunca somos principio ni final, nadie sólo nutre o recibe, todos somos elementos conductores. Nacemos ya suministrando datos, un código de control que llega al hospital, un número de la seguridad social, un asiento informático en el registro civil. Y todo ello sostenido en una gran estructura invisible de la que todos formamos parte.

En ese océano y marasmo que es la red de redes, saber donde buscar y cómo hacerlo constituye uno de los logros más precisos y que más valor añadido ha generado en estos últimos años. Que todo puede estar en internet ya no es una quimera propia de la década de los noventa, es una realidad palpable, y mucha culpa de ello lo tiene el portal Google. Premiar a un espacio web podría resultar un esnobismo hace unos años, pero a salvo de algún purista pocos soportes han favorecido como este portal la difusión de la información a todos los rincones del planeta. Es verdad que nada es bueno al ciento por ciento, y que cualquiera tiene un muerto en el armario. Es verdad que plegaron las rodillas ante el gigante chino para no hacerle enfadar ante los brotes de disidencia. Pero hay que valorar esa vocación de accesibilidad universal, de que cualquiera, en cualquier momento, puede abrir una auténtica biblioteca de recursos infinitos. Una estantería desordenada, apenas estructurada por la fecha y la presunta relevancia, pero ideal para esta manera de abordar la vida que tenemos en este siglo: apresurada, rapidita, unos apuntes y ya está. Son esos nudos que uno necesita para hallar otros nudos, la llave de acceso a una puerta, a ese almacén inmenso.

Google merece ser premiado, aunque tampoco se puede llegar a divinizar el fenómeno del buscador. Hay mucha gente que no sale en Google y sí está viva. Hay mucho anónimo que apenas aparece en las listas de un club de pesca, o en las del boletín oficial de la provincia, o en la nómina escasa de unos amigos que una tarde se pusieron a buscar a quienes fueron sus compañeros de curso. Pero hay algo que me fascina, y es ese exceso posmoderno de que no hay niveles, no hay jerarquías informativas, y no es más importante para ese océano de cifras San Ignacio de Loyola que Lou Reed. Google no opina, presenta resultados de búsqueda, las pone ante los ojos y tú eres quien toma las decisiones. Tú abres el itinerario. Tú te adentras en la selva de los datos, y él te va sirviendo la información que tiene disponible, mucha de ella es inservible, insustancial. Pero también de joyas escondidas, agradables sorpresas en forma de tesoro, alguien que te leyó una vez y escribió unas palabras como quien lanza una botella al mar esperando que otra persona la recoja en otra orilla.

Tengo algunas referencias sobre mí en el buscador. Algunas las conozco porque son de amigos a los que quiero, otras son de extraños desconocidos a los que nunca veré la cara, porque viven en lugares lejanos o porque simplemente preferimos esta distancia cercana de la red. Con ellos formo también una red de comunes intereses, una pequeña comunidad, una aldea de limitadas dimensiones: una brizna de hierba en el campo abierto. Quién puede entender ya la vida sin internet, prescindiendo de herramientas que ahora nos parecen imprescindibles para caminar por el mundo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios