EN una determinación tan drástica como inesperada, el Córdoba ha decidido acometer el relevo de su máximo responsable técnico en una operación relámpago ejecutada apenas unas horas después de su última derrota en la Liga. La determinación ha resultado especialmente dolorosa para Rafael Campanero Guzmán, un presidente que en más de medio siglo en el club solamente había pasado por este trance una vez, hace ya casi cuarenta años, cuando cesó en sus funciones al brasileño Vavá. Ahora le ha tocado poner fin de forma abrupta a la etapa de Paco Jémez, quien no ha podido concluir su primer tiempo como entrenador profesional al frente del equipo en el que se forjó y del que dio el salto a la Primera División. Aunque el conjunto blanquiverde no ha entrado en toda la campaña en los puestos de descenso, la falta de reacción en los últimos partidos y la cercanía de los rivales en los puestos bajos hizo sonar la alarma clásica en el fútbol: la del miedo. Una razón más que poderosa para que Campanero rompiera su norma y optara por prescindir, con la complacencia de todo el consejo de administración, de los servicios del novel técnico cordobés. El gaditano José González es desde ayer el hombre encargado de reconducir la errática trayectoria de los cordobesistas, que únicamente han sumado tres victorias en las últimas veinte jornadas y cuyo papel en El Arcángel ha sido especialmente frustrante. La apuesta del director deportivo, Emilio Vega Arias, no surtió el efecto deseado y el leonés ha recurrido ante el decisivo último cuarto del campeonato a un profesional más avezado para alcanzar el único objetivo posible de una formación recién llegada: la permanencia. Con once partidos por delante, el desafío cordobesista se convierte en el reto de toda una ciudad que vibró con el ascenso de su club más representativo a Segunda y que ahora, más allá de las discrepancias, debe volver a hacer una llamada a la unión. Es mucho lo que está en juego.

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