Gobernar desde las emociones

Lo primero que hace el ser humano es averiguar el mapa en el que se desarrolla su vida

Menudo problema para aquel fraile que trataba de refutar a Galileo con el argumento de que, puesto que los cielos no pueden ser no perfectos, era imposible que los satélites del planeta Júpiter existieran porque eso sería como una mancha que los ensuciara. Mas de un soponcio de los de verdad le habría dado si hubiese sabido, por citar un ejemplo, que billones de virus y bacterias van cayendo permanentemente sobre la Tierra infectando a los organismos que la pueblan. Imposible, diría, porque de la perfección no puede venir la imperfección, de la excelencia en ningún caso es posible se deriven la lacra y la impureza. Y es que el problema viene cuando los hechos contradicen nuestros certidumbres y seguridades. Al fraile de referencia, convencido de una interpretación de la naturaleza, le resultaba imposible siquiera algún sesgo que pusiera en cuestión aquello por lo que explica el mundo, que a fin de cuentas son sus certezas, eso, su mundo.

Como bien sabido, lo primero que hace el ser humano (los demás animales también disponen de un mecanismo similar, adecuado a cada naturaleza) es averiguar el mapa en el que se desarrolla su vida, con el que se ha topado por azar al nacer, un mapa que en principio toma prestado de su grupo, tribu o comunidad y que luego, en función de las vicisitudes que se va encontrando, configura a través de su vida. Ese mapa, en primer lugar, interpreta y entiende el mundo y, al tiempo, se va rellenando con la vida afectiva. Dos ámbitos, por tanto, las claves en que se desarrolla nuestra existencia, que configuran nuestras creencias: pensamiento y emociones.

Con este panorama antropológico, es imprescindible reclamar que cualquier modo de gobernanza que tutele un país debe atenerse a ambos perfiles complementarios, como sugirió Aristóteles. No es legítimo que un gobierno, el que sea, se apoye en exclusividad en las emociones y los sentimientos para dirigir al grupo y a la nación. Por decencia (pues eso lleva a comportamientos degenerados) y su praxis peligrosa (porque puede volverse contra sí mismo una vez descontrolada la fuerza irracional), no se puede gobernar desde las emociones. Ni es honrado y ni siquiera inteligente. Es lo que da pie a lo que se considera como la otra forma de populismo, en este caso, mucho más peligroso. No sería mala una lectura del "buen" Maquiavelo, del que advertía de las desviaciones del poder irracional.

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