Para comprender bien el sentido de esta columna, el título debe leerse conforme a su pronunciación inglesa, Yibrál-tar, en lugar de nuestro español, Gibraltar. Como mucho, su contenido soporta el andaluz Gibrar-tá", pero poco más. Porque no reivindico aquí su españolidad, sino la cordura que debe imponer el sentido común, y un cierto sentido histórico y geopolítico, a pesar de la que me pueda caer por la renuncia desde el patrioterismo militante.

Conozco bien Gibraltar por diversas razones y me encanta: dinámico, multicultural, amable. No me intimida el hecho cierto de encontrarme allí en otro país, que lo es y se percibe con nitidez, ni me molesta el intercambio curioso del andaluz gaditano al inglés académico en Main Street o Casemates Square. La soberanía española sobre Gibraltar me ha parecido siempre una memez, y me lo seguiría pareciendo ahora si no fuera por el puñetero Brexit, que colocará fuera de la Unión al Reino Unido y, con él, a este territorio. El Rey pronunció un discurso la pasada semana en Londres, frente a las dos cámaras del Parlamento y delante del gobierno May; "fórmulas satisfactorias" pidió Felipe VI, con el máximo alarde posible, dadas las exigencias de la diplomacia.

Alguien deberá señalarlo de una vez: Gibraltar no es español , ni quiere serlo. Esta tensión ilusoria solo genera frustración en el país y alimenta, con escasa solidez, un españolismo territorial bastante desconectado de la realidad. Gibraltar es legalmente británico desde 1713. Como antigua colonia, Gibraltar tiene reconocido internacionalmente el derecho de autodeterminación y lo ha ejercido decidiendo permanecer vinculado exclusivamente a la soberanía británica. Gibraltar es tan británico, pues, como española es Llivia, o como lo son Ceuta y Melilla y, por supuesto, el Islote de Perejil.

El complejo de inferioridad con Gibraltar, amplificado en nuestra historia reciente al contrastar su democracia con nuestra triste dictadura franquista, muy justificado por el abandono sistemático de los sucesivos gobiernos con la comarca del Campo de Gibraltar español, no se supera atribuyendo a sus habitantes la condición de piratas. No lo son. Como no lo son los miles de conciudadanos que cruzan todos los días para trabajar. Lo que toca para proteger los derechos de la gente de uno y otro lado de la estupidez enorme del Brexit, totalmente rechazado allí, es alcanzar, ahora sí, "fórmulas satisfactorias" que procuren el menor perjuicio para sus vidas y la depauperada economía de la zona, absolutamente dependiente de su pujanza. El Gibraltar rebelde, que no es español, ya ha dicho que, pase lo que pase, cero derechos menos. A nosotros nos llevan esperando tres siglos solo por una bandera: pues ya toca algo más.

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