Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

Gestión de emociones

EL pasado martes, en la presentación de la exposición de Miguel Gómez Losada, una señora se acercó a preguntarme dónde se reunían los poetas de esta ciudad. Dónde tenían las tertulias. Fue una pregunta que me descolocaba un poco, porque la reunión de poetas es algo que me sugiere un tiempo que fue. No lo añoro con nostalgia, ni repudio esa etapa de mi vida, pero bien es cierto que todo me suena a música lejana. Como cuando alguien habla de una playa desierta que quiere descubrirnos, una playa donde ya retozamos, paseamos y de la que apenas nos quedan un puñado de fotos viejas. Quizá es que uno es poco dado al "revival" o a magnificar demasiado lo que simplemente fue una posadolescencia teñida de poemas.

Pienso en todo esto cuando recibo la invitación de unos viejos y buenos amigos, Barquero y Chivite, para participar en un encuentro literario donde poner en claro algunas cuestiones, los orígenes de por qué en Córdoba y precisamente aquí tuviera lugar una feliz reunión de voces literarias que traspasamos la "frontera provincial". Es curioso cómo el paso del tiempo es capaz de convertir las juergas de poesía en asunto de estudio universitario, cuando quizá lo más honesto sería decir "simplemente ocurrió". Es cierto que los que en algún momento estuvimos en los bares y en las revistas de finales de los ochenta no sólo nos dedicamos a prestar nuestro vaporoso verbo a la madrugada. Si algo quedó de aquello es porque también hubo lunes por la mañana, escritura en soledad, larga lectura y búsqueda en librería, visitas a Litopress y tardes doblando hojas y poniendo grapas. Éramos ya gestores culturales de lo pequeño, de publicaciones de cien ejemplares, de recitales de dos personas, de actos literarios sin gabinetes de prensa. No necesitábamos los focos ni el reconocimiento: el placer estaba en la gestión misma, un tiempo que le robábamos a la convocatoria de junio.

Por eso cuando alguien me pregunta cómo me encuentro en mi nuevo trabajo, podría decirle que tengo la sensación de estar haciendo novillos permanentemente. A esto me dedicaba quitándole tiempo al Derecho Mercantil. Porque la cultura está para mí más cerca del placer que de la contienda política. Porque la satisfacción de programar y encontrar un foro cómplice supera con creces la suma de las pequeñas decepciones que provoca la naturaleza humana. Porque es un trabajo al que dedicaría cuarenta horas al día, como lo habría dedicado hace más de doce o trece años. Entonces, esta ciudad era un erial donde debíamos reunirnos, hacernos fuertes en un bar, ponernos a cubierto. Hoy la cultura está por todas partes, a la intemperie, desde que sales de la estación, paseas por el vial o esperas en algún ministerio. Esculturas en mitad de la calle, intervenciones plásticas sobre edificios, pantallas que proyectan fotos, poemas de Gamoneda en el autobús. Tal vez tenga una extraña propensión al optimismo, pero opino que el problema no es tanto de cantidad o calidad, sino de articulación de los esfuerzos individuales.

No digo que haya dejado de visitar los foros culturales no convencionales, pero opino que la poesía en nuestra ciudad está en una situación que ha dejado de ser precaria. No sólo porque unos pocos hayamos saltado a la escena nacional publicando en editoriales comerciales. Es que hay una enorme cantera de escritores y escritoras que no superan los veinticinco y que año tras año van demostrando que lo que pasó en los noventa no fue flor de un día. Y que la capitalidad de la poesía española, con independencia de Cosmopoética, está en Córdoba. No sólo en los que viven aquí, sino también, y sobre todo, en esa diáspora de talento que vive en Madrid, en Sevilla o en Nuevo Méjico. Ha pasado el tiempo de la clandestinidad, de practicar la cultura como un vicio para compartirla entre un puñado de iniciados. Es tiempo para vivirla de manera natural en una ciudad con la entidad y el tamaño ideal para hacerlo, con independencia de los retos y las fronteras que imponga el calendario. Sin atavismos ni falsos triunfalismos, con rigor y con trabajo, pero sabiendo que el campo donde nos movemos no es otro que el de las emociones.

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