Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Geografía muda

Este glorioso invierno, con sus heladas, nieves y lluvias, están naturalizando la Guía Campsa que era el mapa de Andalucía

El mapa de Andalucía es un plano de carreteras. Viajas por la comunidad y se suceden las autovías, las variantes de las ciudades escondidas, los carteles que anuncian ríos que son socavones bajo el asfalto, polígonos industriales de nombres inverosímiles, extrarradios de urbes que son monumentos al feísmo, algunos árboles anoréxicos, manchas de cultivos de nombres desconocidos para la mayor parte de la población, algunas montañas al fondo, muy lejos, estaciones de servicio de bocadillos plastificados que relevaron a las tapas de los ventorrillos, más eucaliptos... y el mar, esa frontera natural cercada de adosados, paseos marítimos y chiringuitos. El deseo acuático, el Caribe andaluz donde nunca se pone el sol.

Este glorioso invierno de 2018, con sus heladas, sus nieves y sus lluvias, está naturalizando la Guía Campsa de Andalucía, y ahora hay mares que no sólo son el Mediterráneo ideal, sino el Atlántico, cuyas mareas se están comiendo los chiringuitos permanentes, que en sí son una contradicción. Hasta hace cinco años, cuando octubre llegaba, el chiringuito se desmantelaba, pero la Consejería de Turismo emprendió una cruzada empresarial contra Costas y contra las costas. El mar viene ahora a recuperar sus títulos.

Y resulta que el Mediterráneo tampoco es el Mar Muerto, sino un mar apacible pero engañoso, capaz de envolver en el olvido a los héroes que regresaron de Troya. Y a los que huyen de África.

LLueve, y los ríos recuperan sus cuencas, Andalucía vuelve a ser la confluencia de dos grandes cauces, el Guadalquivir y el Genil, la marisma se llena y aún queda nieve en las sierras de Granada y de Jaén para alimentar una buena primavera verde. Allí donde quedaba un cauce seco, cegado por escombros, hay una torrentera que se va llevar por delante unos cuantos años de inmundicia urbana.

Sí, y las ramas de los árboles se caen. Y las hojas. Son curiosas estas formaciones vegetales que sobreviven en las ciudades encerradas en alcorques de un metro cuadrado (menos en Sevilla, donde el alcalde Espadas los está liberando en espacios mayores), escoltadas por avenidas y carreteras. Ahora se quejarán quienes preferirían naranjos de plástico y plátanos estériles sin polen, quienes llorarán por las playas perdidas, cuando en realidad fueron los paseos y las casas más adelantadas las que destruyeron el litoral, y quien clame por más pantanos porque el río seco se fue en busca del mar.

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