Dar a entender algo que no es cierto. Conceder existencia ideal a lo que realmente no la tiene. Es lo que recoge la Real Academia de la Lengua a la hora de definir la palabra fingir. Y eso -fingir- es lo que parece que se ha apoderado desde hace tiempo de la vida pública, hasta el punto de que está perdiendo los visos de credibilidad que toda buena apariencia debe tener. Y más que con sentido crítico -que también-, hace un servidor esta reflexión con algo de pena y hasta de dolor, con la sensación de que en ocasiones se rebasan los límites de la sensatez e incluso de la teatralidad que lleva aparejado el noble arte de la política. Lo hemos visto estos días, por ejemplo, en Cataluña, donde dos gobiernos, dos administraciones, han fingido una unidad que todo el mundo sabe que es inexistente. Se actúa de manera conjunta por necesidad, porque la situación lo requiere, ya que hay 15 muertos encima de la mesa y nadie quiere sacar los pies del tiesto más de lo necesario. Pero en el fondo, todos sabemos que esa normalidad en las relaciones entre el Estado y la Generalitat se rompió hace años. Sólo es un disfraz para ser lo más políticamente correcto dada las graves circunstancias que se han dado con los terribles atentados de Barcelona y Cambrils.

Todo es figuración. Y no sólo en momentos tan anormales como puede ser la barbarie del terror o una catástrofe en la que hay pérdida de vidas humanas. En asuntos más banales -si se me permite la expresión- también se observa de manera nítida. No hay que irse muy lejos para comprobarlo y hemos sido testigos estos días de cómo la dimisión de uno de los ediles del equipo de gobierno municipal -Rafael del Castillo- ha estado rodeada de simulaciones, de caras, gestos y declaraciones que, en el fondo, muy poco tienen que ver con la realidad.

Dice el ínclito Del Castillo que se va por su propia incapacidad -reconocida por él mismo- para enderezar el Área de Servicios Sociales. Puede ser. Pero añade que tampoco ha contado con el aliento suficiente por parte de sus socios mayoritarios de gobierno en Capitulares, el PSOE, que niegan la mayor e incluso contraatacan con el argumento de que el edil de IU tuvo siempre los medios necesarios para el desarrollo de su labor. El ya dimisionario recibió incluso el halago de su organización por su labor "incansable" en estos dos años, cuando a nadie escapa que su actitud no ha sido precisamente bien encajada en la coalición de izquierdas, donde están muy molestos -mucho- con Rafael del Castillo. En el PP, alaban ahora el gesto del edil, pese a que han criticado a diestro y siniestro su peculiar manera de gestionar las áreas que le tocaban. Al final, todo figuración. De unos y de otros. Y es que el arte de disimular, de exhibir lo que no se es, es algo inherente al ser humano. Lo peligroso es cuando se finge con la intención de engañar.

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