Comprendo perfectamente que los estómagos se levanten ácidamente viendo cómo ETA ha escenificado su derrota. Porque no lo parece. Pero ésta es la primera cuestión relevante: es una derrota. Gigante, sin paliativos. Una derrota completa frente a esa banda de criminales asesinos que ha sometido a este país a una batalla dura, compleja y sin sentido, dejando un poso enorme de dolor y sufrimiento.

Antes de la constatación de la derrota terrorista por el Estado de Derecho está la reflexión nuclear que todos los demócratas compartimos: la consideración y respeto a las víctimas del terrorismo etarra. No lo hago esto vinculado a una separación falsa, políticamente correcta, en favor de todas la víctimas sin distinciones, en la que no creo, porque las víctimas lo son al existir una agresión injusta previa. Eso hace que yo tenga y manifieste respeto y consideración por las víctimas del terrorismo etarra. Los terroristas que hayan muerto en el empeño de acabar con otras vidas o que hayan sido fulminados por quienes defendían la libertad y la democracia no son víctimas. Como una vez apuntó Alfonso Guerra, una vez muertos, todos los muertos son iguales, pero justo antes de morir la diferencia moral entre unos y otros es enorme. Yo apuesto más por la vida y, por tanto, celebro y honro las de las víctimas del horror, exclusivamente.

Con toda la parafernalia retórica de la disuelta ETA y la imagen exportada desde el sur de Francia en el acto que ratificó su fin, es normal que muchos de nosotros nos sintamos intelectualmente agredidos y emocionalmente violentados. Pero, a pesar de ese montaje final, no debemos olvidar lo importante: ya no están activos, ni siquiera formalmente. Dejaron de matar hace años cuando pusieron fin a la actividad terrorista, usando otro eufemismo lamentablemente exitoso, cese definitivo de la lucha armada, o de la violencia, o de lo que carajo quisieran decir para no reconocer lo que hacían, matar. Ahora, ya no son. No son. ETA ya no es una organización que exista, sino un pésimo recuerdo.

Hay que recordar también que la victoria pertenece al mérito colectivo de los demócratas pero, de entre ellos, la Historia deberá destacar al presidente Zapatero, a Alfredo Pérez Rubalcaba, a Patxi López y a Jesús Eguiguren. Estoy convencido de que la derrota etarra se habría producido igualmente sin su concurso algún día, pero es de agradecer, y reconocer, que ya se ha producido con el suyo. Y, ahora, comienza la memoria. Habrá que explicar lo que pasó en este país y quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Y saber que los malos que queden solo tienen un sitio donde estar, que es la cárcel, hasta que no haya malos. Y que los buenos ganaron esta vez. Y que a eso lo llamamos también memoria democrática. Reciente, pero memoria democrática.

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