Cualquiera con un mínimo de sentido común y conciencia democrática sabe distinguir un sistema de libertades de la ponzoña vergonzosa del régimen de Nicolás Maduro. Ya no es ni siquiera chavista, porque el actual presidente de Venezuela, a pesar de coincidir en la base ideológica con Hugo Chávez, no tiene - ni por asomo- su preparación intelectual, trayectoria militar, proyecto político y carisma. Maduro es un segundón infame, con un inmenso poder, ejercido tiránicamente, acompañado de un ejército de sátrapas, desangrando su país.

El centenar de muertos en las protestas de Venezuela son las campanas que doblan por Maduro y su régimen. El hombre al que susurraban los pajaritos es un cadáver político que dentro de poco buscará refugio en un país que lo tolere para evitar la acción de la justicia. Si no, deberá pagar en reparación necesaria de su país, al que ha secuestrado hasta llevarlo a la ruina económica y social. El chavismo, y más el interpretado por este botarate, ha procurado una inmensa fractura en Venezuela, pero no es tan grande como para impedir la reconstrucción en cuanto deje el poder. El daño es enorme cuanto más tiempo permanece Maduro en la presidencia; en cuanto la abandone, hasta el chavismo originario respirará más tranquilo, porque saben que sin él pueden tener alguna opción en la nueva Venezuela democrática, andando el tiempo, pero con su presencia, apurando la explotación económica y política del pueblo hasta el estertor del régimen, se descalificarán para siempre. Sinceramente, preferiría que ése fuera su futuro inmediato pero, por el bien de Venezuela, mejor que no aguante y se marche cuanto antes. Primero vivir, luego lo demás.

La oposición democrática venezolana no puede perder tiempo y debe contar con todo el apoyo posible de la comunidad internacional, especialmente del espacio latinoamericano. La votación programada por Maduro para elegir una Asamblea Constituyente es un atropello a sus propias normas constitucionales que, además, ya juegan con cartas marcadas hasta cumpliéndolas. No obstante, si se celebra, el hastío de la población es tan grande que podría darse el caso de que, aun sin participar los demócratas, fracase Maduro hasta entre los suyos. De cualquier forma, lo normal es que el chavismo totalitario haya controlado el sistema para vencer y ello contrapondrá los poderes legítimos de la asamblea democrática y este nuevo intento del régimen de ganar tiempo ante la inaplazable victoria de los demócratas. El riesgo es el enfrentamiento civil abierto y por ello es imprescindible que el chavismo cuerdo, que debe existir, se imponga a esta escalada dictatorial que no preserva ninguna presunta conquista social sino que solo protege a la figura de Maduro y su grupo de matones. El fin de Maduro es el principio de Venezuela. Ojalá. Ya.

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