Fábrica de enemigos

Estas egoístas y paralizantes maniobras están fabricando enemigos donde antes sólo había discrepancias

Los ciudadanos de nuestro entorno, dado su nivel de civilización, se han acostumbrado a irse cada noche a dormir sin que, en medio de su razonable sueño, le despierten pesadillas y monstruos. En principio, votan a los políticos que creen más capacitados para transformar a los enemigos en meros adversarios con los que, en lugar de combatir, se dialogue y pacte. Ese es uno de sus principales cometidos: procurar que los conflictos (siempre presentes) no se enconen. A eso, hasta ahora, se le llamaba civilización. Pero en los últimos tiempos, esta tendencia se ha torcido. Los gobernantes de los que dependen nuestras vidas parecen fieramente empeñados en contrariar ese compromiso. Se comprende que Goya, hace dos siglos, denunciara que las ilusiones (él las llamaba sueños) más razonables acabasen convertidas en monstruos. Pero resulta difícil admitir que, pasados tantos años, el presidente de los EEUU nos despierte cada día con la noticia de haber convertido un adversario, más o menos discreto, en irascible enemigo, cargado de bombas. ¿Cómo evitar que la gente se rebele contra una política que pone sus vidas en manos de las oscuras artimañas de un gobernante que desvía así la atención pública de sus trapicheos personales?

Y aquí, más cerca, la Unión Europea ha pasado de estar dedicada a proyectar un nuevo Edén a establecer entre países del norte y el sur una empalizada que divide a buenos y malos, según el sacrosanto criterio alemán de los superávits (un subterfugio teórico que esconde intereses menos confesables). Estas egoístas y paralizantes maniobras están fabricando enemigos donde antes sólo había discrepancias y adversarios. Para comprobar este fracaso, basta mirar la caótica situación italiana y el escaso éxito de las voluntariosas proclamas europeas de Macron.

Y como tercer ejemplo, véase el inefable caso del reciente candidato para gobernar en Cataluña. No duda un segundo en repetir la misma versión anterior del mismo delirio paranoico. Un personaje que contaba con la mínima expectativa favorable de estar todavía inédito, quema las naves ya antes de llegar. No ha esperado a tender un mínimo puente civilizado y táctico con sus adversarios. De primeras, los ha convertido en enemigos, declarando así que en sus creencias sólo hay sitio para el odio. En su cabeza no cabe una idea más. Tratamiento usual para relacionarse con ese otro que él mismo se ha fabricado, para cargarlo con todas las negatividades posibles, sin una sola duda.

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