También de Caballero Bonald, como Borges célebremente sentenció sobre Quevedo, puede proclamarse que es menos un escritor (el argentino dice "hombre") que una dilatada, compleja, exigente literatura. Borges es, de manera más o menos pronosticable, uno de los que peor parados salen (no por motivos literarios, claro) en el Examen de ingenios que el jerezano acaba de publicar en Seix Barral. El reencuentro con la prosa de Caballero en su dimensión memorialística, aplicada al escrutinio literario y cultural, intrépida y gozosa entre la evocación, la semblanza, la recreación, la autobiografía y el dictamen, se parece a un tipo de felicidad que nos compensa de la fatigosa alianza entre las desazones de costumbre y las sobrevenidas.

Es un regreso a territorio conocido, el de la vida del poeta y sus afinidades, exploraciones, códigos y rechazos estéticos. Volvemos con él a Colombia, a Cuba, al Madrid de la dictadura y sus clandestinajes, a la Mallorca de Papeles de Son Armadans. La capacidad descriptiva de Caballero genera párrafos memorables; su cualidad indagatoria, su lucidez de lector nos dan, si es que era necesario, un empujón decisivo para volver a algunos escritores innegociables que forman parte de su canon preferencial: Juan Rulfo, Álvaro Cunqueiro, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Alejo Carpentier. Las notas, las aproximaciones, las intuiciones, los hallazgos de Caballero suponen un valioso pertrecho para el que quiera orientar o reorientar sus derivas de lector.

En este examen de ingenios, en el que figuran Francisco Umbral, Claudio Rodríguez, Pablo García Baena, Pablo Neruda, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Paco de Lucía, junto a otros irrebatibles y algunos o muchos de inferior quilate estético pero en la mayoría de los casos de indudable interés sociológico o antropológico, se echa en falta el retrato de Caballero Bonald para completar, tras la correspondiente labor selectiva, una especie de censo imperfecto o aproximado de la mejor literatura en español del pasado siglo. Pero en el fondo aquí el escritor es como el pintor que se mete en el cuadro o algo más porque su voz está por todas partes, su vida, su oficio de lector, sus trajines entre un tiempo de guerras perdidas y la primera escala de un siglo en el que la Historia parece haberse acelerado y en el que se adivinan peligros incalculables e imaginativas amenazas. Más o menos lo que ha pasado siempre.

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