Muy tímidamente puede ser que se esté moviendo algo en medio de este vendaval de políticas extremas que padecemos y, presumiblemente, padeceremos. Me explico. El desolador comienzo del mandato de Trump en Estados Unidos nos tiene entretenidos, expectantes y, claro, preocupados. La extensión de su medicina, simplona y contundente, al resto del occidente democrático es más que posible y eso aflora nuestras vergüenzas porque el caldo de cultivo para tipos como Trump lo han puesto a cocinar tipos como los nuestros. La derecha y la izquierda moderadas europeas se han radicalizado o están al borde del KO, los populismos extremistas a ambos costados avanzan peligrosamente. Salvo pequeñas excepciones, las recetas ideológicas de la derecha (socialmente conservadora, económicamente liberal) y de la socialdemocracia (económicamente intervencionista, socialmente progresista) fracasan: no contagian entusiasmo.

Es curioso. La mayoría tranquila, las antes llamadas clases medias, deciden los gobiernos y normalmente -aprovecharé mucho este término denostado- no difieren demasiado de un planteamiento político bastante lógico: económicamente liberales, quieren disfrutar de una sociedad avanzada; socialmente tolerantes, quieren mejorar su situación y la de los demás, por ese orden natural de las cosas. ¿Responden la derecha o la izquierda moderadas a ese perfil? No. Etiquetan sus políticas con una ideología básica, muy de andar por casa, y cuando gobiernan hacen lo posible para no perder el sitio, forzando sólo una parte de su gestión, la económica y en muy poco: unos desregulan, otros intervienen. Muy poco evolucionado. Si en esa visión pobretona sucede un ciclón a su derecha o a su izquierda, corren el riesgo de que los borren y los grandes perjudicados no serán ellos, sino las mayorías tranquilas, huérfanas entre una alternativa nueva (que no quieren) y otra alternativa vieja (que tampoco quieren): apoyan el statu quo con la nariz tapada y cada vez más desafecto, que termina por empujarlos a la abstención, al todos son iguales y a que lo arregle Pepe el del tambor, que a mí me la sopla. Y, sí, entonces, un monstruo viene a vernos (¡qué grande es el cine!).

Observo, no obstante, que la amenaza de tanto fantasma alumbra una esperanza (tarareen si quieren aquí la marcha imperial galáctica). Podemos rebelarnos ante el vacío que dejan y rellenarlo con la insolencia de proponer el esquema normal de la mayoría. Quizás la pirueta semántica de Rivera en España, liberalismo progresista, o la reivindicación de que las cosas funcionen de Macron, en marcha, en Francia abren una vía. Digo quizás y, además, lo espero. Estaremos atentos para evitarnos algunas tardes de furia y, si no, que Dios nos perdone.

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