Escuela y escuela

¿Cómo no preguntarse por el futuro de esta chavalada que vino al mundo en plena crisis y en medio de un polvorín?

Desayuné ayer en una cafetería del clásico barrio de San Pedro. Cafelito, tostada, periódico. Andaba allí dándole vueltas al artículo de hoy, pues si uno lo piensa temprano y lo ve claro afronta la jornada con menos sombras, con pie seguro. El diario que cogí era nacional, así que escribir sobre los catalanes y su Diada en honor de la manipulada imagen del patriota español Rafael Casanova se abría como una clara opción. Acabé el desayuno bajo esa idea y me fui al colegio de mi hijo, donde tenía que recoger unos documentos. Era ya media mañana, así que la alegre muchachada, después de un verano de playas, mamporros y aventuras, ya estaba a resguardo en el interior de sus clases. Como me dijeron que había que esperar, me senté dos minutos en un patio que a esas horas estaba desierto. El colegio de mi hijo está un edificio historiado, viejo y noble, de paredes encaladas y muros sólidos como roquedos, aunque por las ventanas abiertas llegaba el rumor de las aulas, la algarabía infantil, el fragor de ese primer día de reeencuentros, presentaciones y sorpresas. Cómo no acordarse allí, bajo ese soniquete revitalizador, de la propia infancia, de otro colegio encalado y vetusto, de otros inicios de curso en los que uno fue feliz. Pero cómo no preguntarse también por el futuro de toda esta chavalada que vino al mundo en mitad de una crisis económica tremenda y ha crecido en una España que hoy no es la cosa feliz y remota de mi niñez ochentera, tan inocentona y cuéntame la pobre, sino un polvorín que parece a punto de estallar en todas sus costuras, incluso en todos sus grupitos de whatsapp. ¿Serán capaces ellos de impulsar esta tierra sin los vicios de siempre o caerán en los pecados de las últimas generaciones, incapaces de salir en general del combate a garratazos que pintase don Francisco de Goya? Porque desde los tiros y los fusilamientos de los bisabuelos de estos chicos hasta este gallinero estúpido de hoy apenas se avistan claros de lucidez y mesura y sí mucha España privilegiada y arrogante o iluminada y vendeburras. España terrible, de poco juicio, de mucho listo y de infinita propaganda. Confiemos en ellos, en fin, porque en algo hay que confiar. Escuela y depensa, decía en estos casos el regeneracionista Joaquín Costa. Escuela y escuela diría yo hoy.

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