LA proliferación de tiendas de decoración y de los chinos, así como la creación de tendencias anuales o modas en el maravilloso mundo del exorno navideño, están dando al traste con el colorista y vistoso espumillón de toda la vida. Estas tiras peludas de papel brillante de diversos colores han pasado a ser una especie en extinción, como el lince. Ya no se ven dejadas caer como si tal cosa sobre muebles y cuadros, como si esto fuera la Navidad. En los bares, como en muchos hogares, el espumillón se guardaba de un año para otro, y cuando se recuperaba tenía la forma tomada y así se quedaba sobre el televisor, en el calendario de brandy Fundador, sobre las botellas de licores, enroscado a la pata de un jamón o sujeto, sin gracia alguna, con un poco de fixo en los azulejos de la pared. El espumillón forma parte de la memoria visual de varias generaciones y no debe perder su papel en la parcela del mal gusto que contamina la Navidad.

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