Elhombre decisivo

Cuando el común exige la excepcionalidad, el hombre decisivo, es que el mundo ha escogido la opción errónea

Según parece, el presidente Erdogan se ha fabricado un poder holgado, semivitalicio, que lo acerca temblorosamente al caudillismo oriental (aquellas satrapías que imaginaban, entre el horror y el éxtasis, nuestros románticos), y que lo aleja, en consecuencia, de su inmersión en las aguas tutelares de la UE. Si esto es así o sólo una impresión precipitada es algo que sabremos en breve. De momento, Mr. Trump ya ha corrido a felicitar al mandatario turco, mientras que la señora Merkel observa consternada este giro autocrático, esta modalidad giróvaga de lo presidencial, que ha escogido el señor Erdogan, entre otros motivos porque son los turcos de Alemania quienes han votado a favor de un Erdogan impar, nuevo guardián de la Sublime Puerta.

Este asunto nos llevaría a lo que dice Enzensberger en El perdedor radical sobre la naturaleza occidental del conservadurismo oriental. Sin embargo, hoy queríamos allegarnos a otro tema: al viejo tema del "cirujano de hierro" de Joaquín Costa; y en suma, al apetito por el hombre providencial que ahora parece gobernar el mundo. Ayer mismo, nuestro admirado Ignacio F. Garmendia hablaba aquí del populismo francés y de su fluctuante masa electoral, que siempre hizo acopio tanto a izquierdas como a derechas. El propio cirujano que pedía Costa no era sino el fracaso, la fatiga, la impaciencia de aquel regeneracionismo de don Gumersindo de Azcárate, que quería obtener por las bravas lo que se dilataba irremisiblemente en Cortes. Y es esta búsqueda del atajo o, si lo prefieren, la supresión de "los burócratas de Bruselas", como lo ha llamado madame Le Pen, lo que confiere su indudable prestigio tanto a la propia señora Le Pen, como a Donald Trump y Vladimiro Putin (nadie en su sano juicio puede admirar al joven dignatario norcoreano, cuya sonrisa es nuestro escalofrío). Un prestigio basado en la fuerza, como se ve; pero también una fuerza individual, una predestinación histórica, que nos hace pensar en la más pavorosa umbría del siglo XX.

Lo bueno de las democracias es que un señor tan anodino como Rajoy puede ser presidente del Gobierno sin menoscabo alguno. Lo malo de las democracias es también esa misma virtud mesocrática. Cuando el común exige la excepcionalidad, la cabeza impar, el hombre decisivo, es que el mundo ha escogido la opción errónea. Dicha opción es la opción del guía visionario. Pero dicha visión, como sabemos, suele ser la visión, solemne y vertiginosa, del Apocalipsis.

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