La tribuna

Alfonso Ramírez De Arellano

Economía humana

COMO afirmaba el profesor de economía Carlo Cipolla, el resultado de los intercambios entre los seres humanos se puede clasificar según cuatro posibilidades, cada una de las cuales remite a una actitud o posición: malvada, ingenua, estúpida o inteligente. La primera de ellas, la malvada, se rige por el principio de yo gano y tú pierdes. Es la que impera en los juegos con apuestas, en la economía competitiva de mercado y en otras muchas relaciones humanas en las que lo intercambiado no es monetario ni material; por ejemplo, en la competición deportiva o con rivales amorosos.

Las personas que siguen este principio tienden a creer que se trata de una ley natural y universal. "Todos estamos sujetos a ella -afirman-, la diferencia es que unos la aceptamos y tratamos de ganar y otros, que suelen ser los perdedores, no la aceptan e intentan justificar su debilidad con principios éticos muy nobles pero increíbles. No hay más que observar el comportamiento del reino animal para darse cuenta de que la supervivencia del individuo y de la especie dependen de que se cumpla la ley del más fuerte". En general, esta convicción está más arraigada entre los hombres que entre las mujeres, pero las cosas están empezando a cambiar. Lo del macho dominante, la conquista del territorio o el sometimiento de los adversarios ya no debe leerse exclusivamente en clave masculina. Es más correcto hablar de la persona dominante o del sometimiento de los/las adversarios/as.

La segunda posibilidad es la representada por la posición tú ganas y yo pierdo, genéricamente denominada como ingenua. Claro que detrás de esa ingenuidad, aparente o real, pueden esconderse muchas cosas. A simple vista parece reflejar tendencias masoquistas, un exagerado miedo al éxito o una imperiosa necesidad de admirar y depender del triunfador, para lo cual es necesario, previamente, perder. También es la estrategia de quienes manipulan al otro alabándolo y otorgándole el papel de ganador para que hagan lo que ellos desean, por ejemplo sustituir la rueda pinchada del coche: "¡Eres tan fuerte!", o la declaración de la renta: "¡Se te dan tan bien estas cosas!". También hay una extraña fortaleza en la pérdida que el cine moderno ha sabido explotar con el personaje del antihéroe. Pero quien mejor supo ilustrar esta última posibilidad fue el maestro El Roto, que en la última edición del diario Informaciones se dirigió a sus compañeros con una viñeta que decía: "Tranquilos, tíos, los perdedores somos invencibles".

Cuando el resultado de la transacción es que todos pierden, nos hallamos ante un juego estúpido. Según Cipolla, el estúpido es el personaje más peligroso de todos, ya que su actividad ni siquiera está dirigida por la búsqueda del bien propio y egoísta, por lo que su conducta resulta imprevisible. El daño puede alcanzarnos en cualquier momento y sin ninguna lógica. Un ejemplo elocuente de este tipo de relación es la dinámica que a veces establecen los políticos entre sí, más preocupados por atacar al adversario, por evitar que gane, que por hacer algo productivo. De tal manera que el resultado, después de un enorme gasto de energía por ambas partes, ni siquiera es cero; es menos que cero. El deterioro alcanza a ambos contendientes, pero además de esas pérdidas particulares hay una pérdida más general que se extiende a toda la sociedad. En la medida en que la conducta de los políticos es pública y ejemplar (aunque se trate, como en este caso, de un mal ejemplo), su fracaso nos concierne a todos. Desgraciadamente, todos bajamos con ellos un peldaño en la escala del buen gusto y el sentido común. Todos perdemos, y eso por no hablar de lo que nos cuesta como contribuyentes mantener el estúpido juego que practican. Un peligro añadido que tienen los estúpidos es que los demás tienden a infravalorar su capacidad de hacer daño.

Finalmente, aunque muchos no quieran creerlo por pesimismo o maldad, existe la posibilidad de interacciones materiales e inmateriales inteligentes que se rigen por el principio de todos ganan. Es el caso extraordinario del intercambio de conocimientos. El conocimiento enriquece a los que lo comparten. Su acumulación no conduce a fenómenos especulativos perversos, es una materia prima indispensable pero inagotable, ya que su distribución lo acrecienta en vez de agotarlo, no produce inflación y no contamina. Algo parecido ocurre con las obras de creación y las relaciones que se establecen entre su creador y su público destinatario. También ocurre ¿cómo no? en el amor, la amistad, la solidaridad o la generosidad, pero constituyen un capítulo aparte, ya que desbordan ampliamente los cálculos de la ciencia económica.

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