El escritor ni nace ni se hace: al escritor lo hacen. Las circunstancias, las derrotas, las lecturas, las dudas, básicamente las carencias, porque se escribe para compensar, para suplir o para atenuar. La escritura válida, la escritura sincera, la escritura viva viene de la mutilación o de la falta de algo, al menos al principio, con lo que adquiere una cualidad perentoria en el distrito de las necesidades. Se escribe porque la respiración física no es suficiente, porque el misterio del mundo aún no ha sido nombrado, porque somos obscenamente frágiles. Surgen estas frases sin ambición pero con urgencia tras la lectura de El Domingo de las Madres de Graham Swift (Anagrama), nouvelle sobre una joven criada en la que convergen dos vectores, uno de dimensión política/social y otro literario. Digamos que en el engranaje retórico/discursivo del libro el primero adquiere una condición representativa en la plástica de su cuerpo desnudo y la transgresión que protagoniza al mantener relaciones con un hombre prometido con otra y superior en clase social, mientras el segundo tiene que ver con las elaboraciones mentales y las sensaciones emocionales que, como consecuencia de los hechos de ese día, inauguran otra etapa, otro escenario en su vida.

Si la desnudez y el combate de los cuerpos anulan la diferencia social, la liberación intelectual alimenta el pertrecho literario. En un día festivo para las criadas esta joven huérfana, Jane Fairchild, experimenta un desprendimiento en un doble registro modal, con sus porciones de contradicción y crecimiento, con su arritmia y su lumbre porque su exploración es decisiva. No es la del mapa del cuerpo ajeno, no es la del ámbito de las cláusulas sociales, no es la de los libros de aventuras. Es, claro, la de la identidad propia, el gran tema de la literatura.

Jane se convertirá en escritora longeva y reconocida. Eso es lo de menos. Swift ha escrito una novela sobre las correspondencias entre el gesto subversivo y la palabra fecundante que enlazan tiempos y espacios para dar quizá la explicación de una poética. En el sutil juego de ficciones de la obra, Jane abraza una múltiple condición de personaje. Quizá todo el libro es una reflexión sobre este concepto, sobre la ficción como voluptuosidad y sobre la disolución de los paradigmas en las fogatas más puras e improvisadas del lenguaje.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios