Han pasado ya tres días desde que acabó la Semana Santa y hemos escuchado y leído opiniones para todos los gustos. Hosteleros de un bando y de otro, responsables municipales, ciudadanos, devotas de mantilla, nazarenos, cofrades de base y directivos, comerciantes, vendedores de helados, bocadillos y refrescos, vendedores de cirios, de sillas, de pipas e incluso de altramuces, repartidores de pizza, técnicos de Sadeco, policías, miembros de Protección Civil, voluntarios de Cruz Roja, curia, ateos, vecinos, turistas.

Esa semana me encontraba sufriendo el tradicional Viernes Santo irlandés, without alcohol, por lo que me he escapado de la macroencuesta, pero no de dar mi opinión. Desde la distancia, se me antojaba que el debate se estaba escorando a lugares umbríos. Por hacer crítica del desarrollo y ubicación de una actividad festiva se ofenden los defensores de los valores cristianos y su tradición. Realmente, el debate que me interesa es el del uso de la vía pública, ya saben, ese lugar que pagamos, cuidamos y usamos y pertenece a todos, o eso creía. Me interesé cuando la ocupó el muñeco de Michelín, el Caixa-Forum, las Cruces, los veladores de los bares, que ocupan el espacio publico y pagan una tasa municipal por hacerlo. La Agrupación de Cofradías que yo sepa, no pagan esa tasa; ha invadido el espacio y ha cobrado por ello.

La calle, durante una semana, se ha privatizado, lo pinten como lo pinten. Ya que nos han dicho hasta el hartazgo que la santa semana genera ingresos, es bueno recalcar que son ingresos privados. Que me conste, no hay un impuesto de plusvalía festera, permítanme la vulgar expresión. Lo que son públicos, son los gastos que ocasiona: horas extras de policía, infraestructuras, limpieza. Por lo que sé, el organizador de la semana de procesiones no ha hecho ningún pago al Ayuntamiento por el uso de los servicios públicos extraordinarios.

Hay un debate pendiente y es el uso equilibrado del espacio público en todos los supuestos. Si la Semana Santa potencia el turismo y genera flujos económicos, los veladores de los bares también. Y además, estos crean una cultura del ocio y la conversación, con la calle como escenario de nuestro imaginario. Pero todo ello debe usarse con racionalidad. El experimento cofrade de este año ha sido cualquier cosa menos equilibrado. Sí, soy devota, del espacio público.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios