Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Desobedecer

Cuando el poder político llama 'desobediencia' a la oposición, está arrebatando a los ciudadanos lo que es suyo

Parece que la llegada de Trump a la Casa Blanca ha vuelto a convertir en best seller el 1984 de George Orwell en Estados Unidos, lo que podría interpretarse como un síntoma de mala conciencia. En realidad, el libro en cuestión no ha dejado de venderse y reeditarse en los últimos treinta años, también en Europa, dadas sus inestimables posibilidades como material escolar; pero resulta reveladora la determinación de no pocos americanos a la hora de buscar ahí respuestas respecto a lo que pueden esperar. En su obra, Orwell habla, además de la manipulación del lenguaje por parte del poder político y de la persecución ideológica consagrada por el dios de la seguridad, de la desobediencia. Y quizá es aquí donde la relectura del volumen resulta oportuna: si existe toda una masa frustrada y dispuesta a entronizar a personas incapaces, peligrosas, de inclinaciones tiranas y egos superlativos a cuenta de la decepción propiciada por el sistema, es factible que quienes no comulguen con esta masa y se sientan gobernados por personajes que no deberían estar ahí recurran a la desobediencia por una cuestión de conciencia. Hemos visto a Donald Trump estos días firmando decretos a diestro y siniestro. Prohibir la entrada a su país a miles de personas por cuestiones de origen o religión puede ser legal. Pero nunca legítimo.

El problema es que en los últimos años hemos visto al propio poder político aferrándose a la desobediencia para ganar el corazón de los ciudadanos. El mismo Trump ganó las elecciones como adalid del pueblo contra la clase política; sus primeras medidas han ido dirigidas a desmantelar las estructuras públicas introducidas por Obama, lo que puede considerarse una acción desobediente. En Cataluña, el nacionalismo ha introducido en la sociedad civil el discurso de la desobediencia como resistencia frente a España cuando la única premisa al respecto era la consecución de un mayor poder político (incluso a través de la tan orwelliana vigilancia ilegal de los datos fiscales de sus potenciales contribuyentes, ejercida desde el mismo Gobierno autonómico). Todo esto resulta muy peligroso por cuanto diluye la naturaleza de la desobediencia como instrumento de individuos y comunidades que se sienten sometidos por poderes opresores. Cuando un Gobierno llama desobediencia a la oposición está arrebatando a las personas lo que es suyo. Lo que vendría a ser, al cabo, otra forma de tiranía.

Corresponde formular una ética de la desobediencia para el siglo XXI. Por más que, afortunadamente para quienes mandan, el pensamiento crítico sufra horas tan bajas.

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