La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Cuento de Navidad

DESEMBALAMOS el árbol de Navidad, pegamos la cabeza del pastorcillo, abrimos el primer surtido de mantecados, señalamos en los folletos publicitarios los juguetes que les vamos a encargar a los Reyes Magos para nuestros hijos. No encuentro mejor momento para ofrecer mi particular cuento de Navidad. Situémonos en el tiempo: Córdoba 3016, justo mil años después de ser Capital Cultural Europea, el gran evento de la ciudad que aún se cita en los libros de texto de los colegios. También se puede leer, en los mismos libros, que fuimos subsede de los Juegos Olímpicos de Gibraltar, en 2978. En concreto, en nuestra ciudad tuvieron lugar las pruebas de salto de longitud, se estableció un nuevo record: 36 centímetros -con el paso de los años nos fuimos atrofiando-, y las de Navegación Sobre Sardinas Delfines, acabamos con la fauna de los mares y en las piscifactorías los ingenieros genéticos comenzaron a criar nuevas especies, a partir de los escasos ejemplares que sobrevivieron a la Gran Contaminación. Un cordobés consiguió la medalla de oro en esta modalidad, a lomos de una gigantesca Sardina Delfín, de nombre Fuensanta. Desgraciadamente, los periódicos -de nuevo en papel tras la Fractura Digital que terminó con el Imperio Internet- de 2980 nos relatan que Fuensanta y el medallista acabaron en los tribunales, disputándose la posesión de la medalla.

Rafael, el protagonista de este extraño cuento -futurista- de Navidad, en 3016, junto al margen de lo que una vez fue el río Guadalquivir -pasó a ser un oleoducto en 2054-, miembro de un equipo arqueológico de la Universidad, descubre el 22 de diciembre de 3016 un extraño objeto -una urna de cristal- enterrado en la tierra, a quince metros de profundidad. El interior de la urna contiene un cedé de Vicente Amigo, un botecito de salmorejo -caducado-, un capote de un torero que se hizo llamar El Cordobés -en 3016 la Fiesta Internacional es el gran acontecimiento social-, un sombrero de ala ancha y un ejemplar de El Día de Córdoba -sigue siendo el periódico de referencia de la ciudad-, magnífico instrumento para la exacta datación del descubrimiento: 22 de diciembre de 2010. El hallazgo de Rafael, junto al desaparecido río, extrañamente coincidente en el tiempo: 22 de diciembre, se convierte en la gran noticia de la ciudad, desde los barrios más alejados, desde el Residencial Palma del Río o desde los Jardines de Montoro, no se habla de otra cosa durante unos días. Gracias a un documento, escrito con un español alargado, con caracteres que ya no se utilizan, escondido dentro de un sobre color sepia, descubren que en la Navidad de 2010 se colocó la primera piedra de un edificio bautizado como Palacio del Sur. Junto a la breve carta, aparece una fotografía en la que se puede ver a una mujer muy sonriente y vestida de forma extraña, cubierta la cabeza por un ridículo casco blanco, que empuña un instrumento que se introduce en la tierra.

Historiadores y arqueólogos de la Universidad de Córdoba desconocen la existencia de un edificio con ese nombre o que, bien, estuviera ubicado en las cercanías del desaparecido río. Medina Azahara, la Mezquita, la Torre de la Calahorra, Sandokan´s Corner o Mohoso´s Palace siguen siendo los grandes argumentos patrimoniales de la ciudad que han sobrevivido al erosionador paso del tiempo. Rafael, aún así, prosigue con su investigación, convencido de que el descubrimiento esconde un gran enigma que ejerció una trascendental influencia en la Córdoba del pasado. Rafael se sumerge en los abandonados sótanos de la Hemeroteca del Pasado y apenas encuentra un pequeño recorte de prensa, de nuevo El Día, en el que se informa del autor del denominado Palacio del Sur, un tal Koolhaas. Un arquitecto de avalada fama en los siglos XX y XXI por diferentes construcciones, pero ninguna de ellas ubicada en Córdoba. Rafael decide regresar a la excavación junto a lo que fue el río, convencido de encontrar nuevas pruebas. Tras varias horas de trabajo, descubre un pequeño hueco, que es la apertura de un túnel tan oscuro como interminable. Rafael no se lo piensa, y comienza a recorrer el pasadizo. Un par de horas después, más de un kilómetro recorrido, sorprendido comprueba que una luz intenta abrirse paso en la oscuridad. Alucinado, Rafael accede a una amplia y luminosa sala, en la que se muestran, perfectamente ordenadas y limpias, como si se tratara de una ciudad en escala que nunca existió, decenas de maquetas, de diferentes tamaños y colores, decoradas con motivos navideños, de lo que tendría que haber sido el Palacio del Sur.

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